Este gran Santo es considerado el maestro del discernimiento de espíritus, y quien le concedió un nuevo carácter a los “ejercicios espirituales”. La espiritualidad que desarrolló ha inspirado la génesis y el crecimiento de muchas familias espirituales, iniciativas y obras dentro de la Iglesia; de la misma manera como ha provisto de incontables misioneros, educadores y evangelizadores alrededor del mundo. Basta recordar que el Papa Francisco se cuenta entre sus hijos.
Íñigo (Ignacio) López de Loyola nació en Loyola, Azpeitia, País vasco (España), en 1491. Desde corta edad quiso ser militar y llegó a participar de la Batalla de Pamplona, donde cayó herido. Posteriormente abandonó las armas para servir a la Iglesia. Su conversión se inició tras leer la “Vida de Cristo” del cartujo Ludolfo de Sajonia, así como el “Flos sanctorum”. Ambas lecturas lo dejaron impactado y, de manera concreta, la segunda lo hizo reflexionar sobre la vida de los santos y el llamado de Cristo a la santidad. Ignacio se cuestionaba a sí mismo: "¿Y si yo hiciera lo mismo que San Francisco o que Santo Domingo?". Por eso, sobre su proceso de conversión, San Juan Pablo II dijo: “Ignacio supo obedecer cuando, en pleno restablecimiento de sus heridas, la voz de Dios resonó con fuerza en su corazón. Fue sensible a la inspiración del Espíritu Santo".
"Ad Maiorem Dei Gloriam" -en latín, "Para mayor gloria de Dios"- ha sido y es, quizás, el lema con el que más se le identifica al fundador de los jesuitas. Sin embargo, muchos otros tesoros pueden extraerse de sus escritos o dichos. Las palabras de San Ignacio poseen una fuerza especial para encender las mentes y los corazones: “Ruégale a Dios por todos los que como tú deseamos extender el Reino de Cristo, y hacer amar más a nuestro Divino Salvador”.
Entre sus obras más importantes destaca los “Ejercicios espirituales”. En una oportunidad, el Papa Pío XI indicó, en referencia a obra, que el método ignaciano de oración "guía al hombre por el camino de la propia abnegación y del dominio de los malos hábitos a las más altas cumbres de la contemplación y el amor divino".
El Papa Francisco, el primer Pontífice jesuita en la historia de la Iglesia, al celebrar la Fiesta de su fundador en 2013, hizo una reflexión en torno al lema que identifica a la Compañía: "Iesus Hominum Salvator" (Jesús, Salvador de los hombres). El Papa hizo una reflexión sobre el sentido de aquellas palabras, recordando a sus hermanos jesuitas que están llamados a tener siempre como centro a Cristo y a la Iglesia, a quienes se han obligado a servir.
San Ignacio murió en Roma el 31 de julio de 1556. El Papa Paulo V lo beatificó en 1609, y fue canonizado por Gregorio XV en 1622. Hoy, sus restos reposan en la Iglesia de Gesù en la Ciudad Eterna.
Por medio del legado y testimonio, siempre actuales, de Ignacio de Loyola, Dios ha regalado a lo largo de varios siglos abundantes frutos de santidad para la Iglesia universal.
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