Pier Giorgio nació en Turín, Italia, el 6 de abril de 1901. Creció en el seno de una familia adinerada. Su padre fue el fundador y director del famoso diario italiano La Stampa, y su madre una talentosa pintora. Fue ella quien se preocupó porque Pier Giorgio recibiera y se educara en la fe.
Durante su adolescencia, el joven turinés cultivó una profunda vida espiritual y apostólica. Se hizo miembro activo de la Acción Católica, el Apostolado de la oración, la Liga Eucarística y la Asociación de jóvenes adoradores universitarios. En todas esas organizaciones mostró un creciente compromiso que lo llevó a sensibilizarse frente a la pobreza. Para Pier Giorgio servir a una persona pobre era servir al mismo Jesús. En 1922, después de un periodo de discernimiento, ingresa a la rama laica de los dominicos. Un año después -mayo de 1923- realiza sus votos como laico dominico.
Aunque no contó con el apoyo de sus padres, Pier Giorgio decidió estudiar Ingeniería Industrial Mecánica. Le agradaba mucho la idea de poder hacer de su profesión algo que contribuya al bienestar de los demás, especialmente de los más necesitados. El joven quería estar al lado de los operarios pobres, sus circunstancias y sus deseos de progresar. Ingresó al Politécnico de Turín, donde fundó un círculo de jóvenes con sus amigos más cercanos, que buscaban hacer de Cristo el centro de su amistad. Junto a ellos bautizó al grupo como "i tipi loschi" (“los tipos sospechosos”). Obviamente, tras la broma del nombre estaba el deseo profundo de forjar una amistad cristiana; pues nunca perdió la oportunidad de llevar a sus amigos a la Santa Misa, y de iniciarlos en la lectura de las Sagradas Escrituras y el rezo del Santo Rosario.
Pier Giorgio llevó una vida austera y constantemente destinaba su dinero a obras de caridad, algo que a sus padres no les agradó demasiado por lo que decidieron limitarle los recursos económicos. El joven se las arregló para no dejar de compartir lo que tenía, así tuviese que caminar largas horas a diario para ahorrarse el dinero del tranvía. ¿En qué radicaba su fuerza y su coraje? En la comunión diaria que amaba y en la frecuente adoración al Santísimo Sacramento. El joven Frassati se había convertido en un hombre de oración.
El Beato fue un gran deportista, esquiador y montañista. Escaló los Alpes y el Valle de Aosta. Si algo caracterizaba su espíritu, era el amor por la naturaleza y el deseo de estar en contacto con ella. Para él Dios estaba siempre presente en su obra creadora.
El final de su vida fue vertiginoso. A los 24 años de edad le diagnosticaron poliomielitis fulminante, una enfermedad que lo llevó a la muerte en solo una semana. Partió a la casa del Padre el 4 de julio de 1925. Su funeral congregó a muchísima gente y se convirtió en una hermosa sorpresa para sus padres, dada la multitud que se congregó agradecida, en la que sus amigos más pobres destacaron.
San Juan Pablo II lo beatificó en 1990 y destacó que “él (Frassati) proclama, con su ejemplo, que es ‘santa’ la vida que se conduce con el Espíritu Santo, Espíritu de las Bienaventuranzas, y que solo quien se convierte en ‘hombre de las Bienaventuranzas’ logra comunicar a los hermanos el amor y la paz… Repite que vale verdaderamente la pena sacrificar todo para servir al Señor. Testimonia que la santidad es posible para todos y que solo la revolución de la caridad puede encender en el corazón de los hombres la esperanza de un futuro mejor”.
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