El impulso del catolicismo en las películas del director de “Taxi Driver”, “Silencio” y “The Irishman”.
Scorsese es a la fe lo que David Cronenberg es al terror. Es decir, ambos directores asumen una perspectiva directa y sin remordimientos sobre las múltiples complejidades violentas e inciertas de la vida diaria. Sin embargo, mientras que el uso horripilante de la violencia en Cronenberg es una respuesta a la desensibilización del espectador ante ella (el subproducto de la exposición continua y acrítica en los medios, como dice a menudo el director), el uso de Scorsese no es sino una lucha por la salvación. Al menos así lo afirma el doctor Arturo Serrano (Universidad de Londres, 2008), un especialista en la filmografía de Scorsese y director del departamento de cine en TAI, la Escuela Universitaria de Artes de Madrid, España.
“Puede que suene ingenuo”, explica Serrano, “pero lo que busca Scorsese es la salvación, aunque no del tipo ‘santo’ al que podríamos estar acostumbrados. Su salvación es una versión ‘callejera’. Por esa razón digo que el cine de Scorsese es una especie de soteriología laica”. Esto es, en términos legos, una especie de doctrina de la salvación. Huelga decir que la suya no es precisamente católica ortodoxa.
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Sin duda, Scorsese es uno de los directores más influyentes de la historia del cine. De su obra puede decirse que es una exploración constante de los mismos temas fundamentales: la identidad italoestadounidense, la vida clandestina, la violencia sin restricciones, pero también es una reflexión sobre algunas perspectivas católicas sobre la culpa, el resarcimiento, la redención, la fe y el perdón. “Soy un católico no practicante. Pero soy católico romano; no hay manera de dejar de serlo”, dijo el director mismo. Esto implica que su visión personal sobre estos asuntos, aunque a menudo profunda, podría no ir de la mano de la doctrina católica. En esta entrevista, el doctor Serrano aborda algunas claves teológicas básicas para desvelar la “soteriología callejera” de Scorsese.
Ni que decir tiene que La última tentación de Cristo está lejos de ser una película cristiana. Sin embargo, durante una rueda de prensa en 2017, Scorsese dijo que un ejecutivo de un estudio le preguntó por qué tenía tantas ganas de hacer la película. No era solamente por su admiración hacia el escritor Kazantzakis. “Para conocer mejor a Jesús”, espetó Scorsese. ¿Podría usted resumir de alguna manera la “cristología” de Scorsese? ¿Cuál es la visión de Scorsese sobre Jesús?
Se trata de un asunto muy complicado en la obra de Scorsese. Al igual que en el cristianismo, en las obras de Scorsese, Jesús es un personaje bastante complejo y paradójico en el que la humanidad y la divinidad “cohabitan”, por así decirlo. Acudimos a él para consolarnos cuando perdemos la compostura (después de todo, él la perdió también en el Templo), pero también acudimos a él buscando orientación, para descubrir lo que Dios quiere de nosotros.
El Jesús de Scorsese es, básicamente, un hombre que duda. Hay una escena en La última tentación de Cristo en la que vemos a Willem Dafoe (que interpreta a Jesús) en medio del desierto diciendo de repente: “…Creo que le siento [a Dios], pero nunca estoy realmente seguro”. ¿Qué quiere Dios de él? De hecho, siempre he pensado que lo que atraía a Scorsese del personaje de Jesús de Kazantzaki era precisamente su duda humanizante, algo con lo que podemos identificarnos fácilmente.
El texto que Scorsese usa para abrir la película indica claramente esta complejidad: “La sustancia dual de Cristo, el anhelo tan humano, tan sobrehumano, del hombre para llegar a Dios, ha sido siempre un misterio inescrutable para mí”. Cuando Judas pregunta a Jesús por qué es tan contradictorio en lo que quiere y dice (un día parece estar predicando la violencia y al siguiente día, amor), Jesús responde que no sabe lo que Dios quiere de él. Por supuesto, esto no es más que una exageración dramática de lo que los Evangelios sugieren en realidad. En los Evangelios, Jesús sí sabe; tanto, que pide que se le aleje ese cáliz, si es la voluntad del Padre. Eso no se encuentra en Scorsese.
Ahora bien, la verdadera clave de la grandeza de Jesús, al menos para Scorsese, yace en el hecho de que, incluso en su momento más tormentoso, se aferra al amor como la verdadera respuesta a todo. Cuando Judas le dice que “el árbol está podrido y tienes que coger el hacha para talarlo”, Jesús responde simplemente: “si fuera un leñador, cortaría. Si fuera un fuego, quemaría. Pero soy un corazón y amar es todo lo que puedo hacer”.
En cualquier caso, diría que la única manera de entender realmente al Jesús de Scorsese es en relación con los demás personajes en su filmografía, en especial con quienes, aunque no como los santos, luchan constantemente por la salvación. J.R. (¿Quién llama a mi puerta?), Charlie (Malas calles), Travis (Taxi Driver), Cristo (La última tentación de Cristo), Jake La Motta (Toro salvaje), Henry (Uno de los nuestros), Sam Bowden (El cabo del miedo), Sam Rothstein (Casino), Frank (Al límite), Amsterdam (Gangs of New York) o Teddy (Shutter Island), son todos personajes que, aunque lejos de ser santos, intentan sin duda encontrar la redención.
Es un hecho conocido que Scorsese fue monaguillo de niño en la antigua catedral de San Patricio, en la calle Mulberry de Nueva York. Esa es la iglesia donde vemos a Harvey Keitel rezando en Malas calles. ¿Por qué cree usted que Scorsese insiste en pasar de la piedad a la pura violencia y viceversa?
En efecto, Scorsese tiene una visión de la violencia como un elemento con un papel importante en la religión. Sin embargo, la génesis de su visión está en la misma tradición católica. No es algo que simplemente se haya inventado. Piense, por ejemplo, en las famosas palabras del cardenal Gabriele Paleotti (1522-1597): “Escuchar la narración del martirio de un santo, el fervor y la perseverancia de una virgen, o de la pasión del mismo Cristo es algo que nos conmueve desde dentro; pero tener ante nuestros ojos, en colores brillantes, al santo torturado, a la virgen martirizada y en otro lugar a Cristo clavado a la cruz, incrementa nuestra devoción mucho más”. Con solo mirar las imágenes que veneramos en iglesias católicas basta para percatarnos de que la violencia (es decir, ser capaz de resistirla, soportarla o combatirla) desempeña una función importante en la tradición.
En cierto modo, Scorsese no hace más que dar voz a una manera de considerar la religión que está imbuida, para bien o para mal, en nosotros católicos. Es sorprendente ver en tiendas de Internet la venta de camisetas de arpillera y cosas así. Ahora, dejando esto a un lado, deberíamos considerar lo que Pablo denominó “el escándalo de la Cruz”: el cristianismo es una religión nacida de la historia de un hombre que fue sometido a horrendos actos de tortura. Los cristianos están llamados a poder reconocer a Dios en un hombre que está “tan desfigurado que su aspecto no era el de un hombre y su apariencia no era más la de un ser humano”, como se lee en el siervo sufriente de Isaías.
Tal y como dice Giuseppe Barbaglio en su libro Dio, violento?, “en el Nuevo Testamento, el suceso central es una acción monstruosamente sangrienta: el asesinato de Jesús”. No se puede escapar de esto: la violencia está ahí, en cierto modo en el mismo centro del catolicismo, en el cuerpo torturado del Mesías. Scorsese es tan solo un spin-off de este mismo tema: la violencia del sacrificio y su potencial poder redentor. Esto es, al menos en parte, adonde apunta toda la violencia en Taxi Driver.
¿Diría usted que al menos parte de esa violencia es una forma de expiación? Pienso en Toro salvaje, por ejemplo. ¿Hay en juego aquí una especie de piedad barroca (con su énfasis en la sangre y el valor del sufrimiento)?
Sin duda. Scorsese intenta constantemente encontrar cuál es la relación entre la violencia que ve en las calles (o en el cuadrilátero, para el caso) y el elusivo estado de gracia que sus personajes parecen estar persiguiendo continuamente. Aunque Scorsese no tiene una teoría unificada de gracia o salvación. Sus visiones cambian constantemente, de película a película. Pero al menos podríamos diferenciar dos momentos principales en su obra con respecto a la relación de violencia y salvación. En el primer momento, la violencia parece ser una parte inevitable de exprimir la redención de una vida dura y ardua. Esto es lo que vemos (en líneas generales) desde ¿Quién llama a mi puerta? hasta Toro salvaje.
Paul Schrader (que escribió el guion para Taxi Driver, Toro salvaje, La última tentación de Cristo y Al límite) se refiere a este primer momento como de “masoquismo pseudorreligioso”, en el sentido de que enfatiza la violencia por encima de la salvación que esa misma violencia ha de traer supuestamente.
Luego viene un momento nuevo en el que la violencia ya no se ve como la solución, sino más bien como el problema que necesita solucionarse. De hecho, después de Toro salvaje, Scorsese rehuyó de la violencia durante un tiempo y no trabajó en más películas violentas hasta 1990. Eso es toda una década.
©Paramount Pictures
Pregunta usted por el dolor. Pero en las películas de Scorsese, la sangre y no el dolor es la marca distintiva de la violencia. Su uso de la sangre como elemento depurador va de la mano de algunos pasajes clásicos de las escrituras cristianas: “Según prescribe la Ley, casi todas las purificaciones deben hacerse con sangre, ya que no hay remisión de pecados sin derramamiento de sangre”, leemos en la Carta a los hebreos (9,22). Ahora, pensemos en lo que René Girard tiene que decir al respecto: “¿Existe alguna sustancia milagrosa lo bastante potente no solo para resistir la infección sino también para purificar, de ser necesario, la sangre contaminada? Solamente la misma sangre, sangre cuya pureza haya sido garantizada por la actuación de ritos apropiados –la sangre, en resumen, de víctimas sacrificiales– puede lograr esta proeza”. En palabras de Scorsese: “Me gusta la idea de que la sangre salga a borbotones. Es como una purificación, es como una fuente de sangre, pero es realista, totalmente realista. Es como una fuente, un lavado, la idea de estar parado bajo una catarata”. Diría que esa es su propia versión de la oración de san Ignacio: “Sangre de Cristo, embriágame”.
Aunque es abiertamente católico, sin duda Scorsese no hace apología. Ni siquiera en Silencio. De hecho, apenas podría etiquetársele como artista cristiano. ¿Qué diría usted que busca entonces?
De nuevo, lo que Scorsese busca es la salvación. Quizás en todos los lugares erróneos. Su pregunta religiosa principal es cómo se supone que hemos de ser salvados, cómo obtener la gracia. De lo que no se percata es que la gracia no se obtiene, sino que más bien se acepta, simplemente. A fin de cuentas, tiene una visión muy directa y algo inocente de todo el asunto: la vida eterna que deriva de ser buenos con los demás, punto. Pero lo que dificulta tanto las cosas es que, incluso si estamos llamados a ser buenos, nuestras circunstancias (sociales, políticas, económicas, físicas) y nuestros propios deseos tienden a la dirección opuesta. Es el clásico drama paulino: “no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero”.
Algunos han dicho que El irlandés es una confesión general. De hecho, la película empieza y termina con el protagonista confesándose a un joven sacerdote. ¿Diría usted que este es el caso? ¿Ha pasado Scorsese de la expiación a través del sufrimiento a la expiación a través de la confesión en la narración?
No lo creo. La confesión no es algo especialmente importante para Scorsese. Sus personajes no logran la redención confesándose, sino afrontando sus demonios y exponiéndose a sí mismos. Quizás la razón por la que la confesión tiene una función aquí es porque el personaje principal es irlandés y no italiano. Son unos modelos bastante diferentes de cristianismo.
De hecho, Scorsese muestra desdén hacia la confesión cuando, en Malas calles, Charlie dice: “Acabo de confesarme, ¿vale? Vale. Y el cura me pone la penitencia de siempre, diez avemarías, diez padrenuestros, diez lo que sea. Y sabes que la semana que viene volveré y volverá a mandarme otras diez avemarías, otros diez padrenuestros… Y ya sabes lo que pienso de esta mierda. (…) No sé, si hago algo mal, quiero pagar por ello a mi manera, y hago mi propia penitencia por mis propios pecados”.
Scorsese niega una visión ritualista de la religión (confesar limpiará tus pecados) a favor de esta otra visión “masoquista” en la que parece que la violencia en sí es el instrumento de la redención. Así que lo que sucede en El irlandés es que Scorsese reconoce que el catolicismo irlandés (o sea, el de Frank) es definitivamente menos violento, menos ritualista, mucho más “motivado internamente”. Quizás sea una similitud de los propios cambios de perspectiva de Scorsese en asuntos religiosos.
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