Este es el relato de quien acude al consultorio de Aleteia con el propósito de cambiar de verdad. Una decisión que podemos tomar por año nuevo o cualquier día.
— No, yo no era de las que mentían deliberadamente, para perjudicar, o beneficiarse a costa de lo que fuera, pero admito que, sí lo hacía en lo que consideraba asuntos menores, como salir del paso, quedar bien, justificarme, agilizar trámites, evadir ciertas responsabilidades … Pensaba que no podía ser tan malo, porque “todos lo hacen”.
Sin embargo, había algo más y lo sabía. Desde pequeña tenía baja autoestima e inseguridad, la cual alimentaba rechazando a las personas mientras las humillaba al mentirles.
Pero la conciencia me reclamaba mi mal comportamiento. Sobre todo cuando atentaba contra la sinceridad en el uso del lenguaje con la doblez, la jactancia, el disimulo, la hipocresía, la murmuración, la difamación o la detracción…
También salía salpicado en lo que decía “ser” como profesional, padre, esposo, amigo, hijo de Dios…
Me propuse cambiar
Como tenía la experiencia de haber hecho propósitos en esto y aquello y luego veía que en lo fundamental no mejoraba, decidí pedir consejo y entonces comprendí que lo primero era reconocer un orden de valores para autoeducarme.
Primero. Formarme una conciencia que me pudiera advertir o culpar, en función a la verdad de la moralidad de la persona, en el pensar, decir y hacer.
Segundo. Hacerme responsable de mis actos al vivir en sociedad, siendo honesto en mi forma de trabajar, de servir, de hacer transacciones, de comunicarme, etcétera
Tercero. Cuidar por responsabilidad mi salud corporal evitando adicciones, sobrealimentación, falta de ejercicio, consumismo, hedonismo..
Cuarto. Hacerme responsable del ambiente: la contaminación, el cuidado de la vida animal, la ecología…
Y dentro de esta jerarquía, comenzar por el defecto dominante.
¿Cómo identificar el defecto dominante?
Es aquel, que en nosotros se encuentra muy arraigado, y cuya carga moral rompe nuestra congruencia desde lo más íntimo. Afecta directamente a la forma de relacionarme conmigo mismo y con los demás, y me convierte en mala persona.
Es así que el propósito de adelgazar, estudiar un idioma, empezar un proyecto o plantar un árbol, es meritorio. El problema es cuando al hacerlo, se descuida un valor preponderante al no superarnos en lo más costoso.
Había hecho bien entonces, al enfocarme en mi falta de sinceridad sobre cualquier otro importante proyecto de realización.
Un método para cambiar
Para ello, adopté un método consistente en realizar a diario un examen de conciencia y renovados propósitos. Plantearme cada día qué hice mal, qué hice bien y qué puedo hacer mejor para “instalar y reinstalar” esta virtud mientras viva.
Me falta mucho para traer una aureola en la cabeza, sin embargo, he comenzado a sentir una paz real y cierta libertad interior, con la que el demonio no está de acuerdo.
Tan no lo está que me ha dicho al oído: “No te compliques la existencia, deja tu honestidad para cosas mayores” y esa es la trampa, pues quien no es fiel en lo poco, termina no siéndolo en lo mucho, por lo que no se justifican las mentiras “inocentes” o “blancas.”
Sé que mi lucha será con vencimientos, que solo Dios habrá de conocer. Me costará trabajo, sobre todo al principio, cuando siempre he pensado, dicho y actuado según las circunstancias.
Como el día cuando, recién hecho el propósito de vivir la sinceridad en grado heroico, al llegar del trabajo, en un descuido dejé entrar al perro en la casa e hizo sus necesidades, por lo que mi airada hermana preguntó por el responsable y yo me encogí de hombros fingiendo demencia. Empezaba mal… La lucha sería larga.
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