El covid-19 por el que tanto oró durante la actual pandemia terminó con la vida del sacerdote colombiano Darío Betancourt en la ciudad de Nueva York, donde vivió la mayor parte de su vida.
Predicador incansable, de un estilo gracioso y ameno, carismático, humilde, alegre y emotivo. Y, ante todo, un hombre de fe enamorado de Jesús. Así se recuerda al sacerdote Darío Betancourt, uno de los primeros en conocer la Renovación Carismática Católica y de sus más grandes impulsores.
“¡Es tan lindo Jesús! Si lo que se puede ver de Él de una manera indirecta es tan hermoso, ¡qué será cuando lo veamos cara a cara!”, dijo al canal colombiano Televid, en una entrevista hace un par de décadas.
Esa es la imagen que conservan quienes lo conocieron en su ministerio de predicador, como monseñor José Manuel Garza, de la Arquidiócesis de Monterrey: “El padre Darío fue un gran amigo de Jesús, fue más que un tema en sus labios. Lo contempló con su propio corazón. Fue testigo y maestro porque lo proclamó con el corazón”.
Durante sus 82 años de vida y 57 de sacerdocio llevó las enseñanzas de Jesús a más de cien países y llegó a millones de personas gracias a los cinco idiomas que hablaba.
Pionero en la Renovación Carismática
Nació en Colombia en 1939 y falleció en Nueva York el 3 de diciembre pasado. Él contaba que toda su vida vivió en esa ciudad, a donde sus padres lo llevaron recién nacido: “Me ordené sacerdote en Colombia en 1964 y siempre quise volver porque me llamaba la atención la figura del sacerdote latino, pero todos los obispos de Medellín me decían que me quedará en Estados Unidos, donde podía servir más a la Iglesia. Mientras tanto, empecé a predicar por todo el mundo”.
Desde los inicios de la Renovación Carismática Católica hizo parte de ella y fue un gran instrumento del Espíritu Santo. En conversación con el padre Javier Olivera Ravasi (la que posiblemente fue su última entrevista), Darío Betancourt contó que desde que era diácono sentía los carismas del Espíritu Santo:
“Fue algo muy curioso, porque la Renovación nació hacia febrero o marzo de 1967, pero desde agosto de 1963 yo comencé a experimentar algo que no puedo explicar, cuando rezaba la liturgia de las horas, algo que yo califiqué como una ‘distracción’. Cuando decía Deus, in adiutorium meum intende (Oh, Dios, ven en mi ayuda), sentía como unas ‘ganas’ dentro de mí. Se me enredaba la lengua pero no la podía controlar, era un deseo de seguir diciendo estos sonidos tan raros”.
Tan pronto supo de la RCC buscó a los primeros carismáticos de la época y entendió que lo que cuatro años antes experimentaba era el don de lenguas. En su sencilla forma de evangelizar explicaba que los carismas son dones naturales que tienen las personas y que Dios utiliza, “los eleva a la altura de su fe y se vuelven dones del Espíritu Santo”.
Un carisma extraordinario
Al padre Darío se le reconoció siempre el don de sanación y las misas y jornadas de oración en las que participaba atraían multitudes, pero él era muy prudente sobre el tema: “La gente dice que tengo el don de sanación, pero yo me quedo callado. Creo que Dios nos utiliza en cada momento para su gloria”.
A lo que monseñor Pepe Garza complementa: “Dios lo respaldó con señales y prodigios. Le dio un extraordinario carisma para sanar corazones destruidos y cuerpos enfermos. Creo que fue un santo”.
Por su parte, el sacerdote eudista Carlos García Llerena, más conocido como padre Charlie, cuenta que se inició en el Ministerio de Sanación escuchando al padre Betancourt y le aprendió que la clave de este ministerio está en la fe de los fieles, no en el sacerdote.
Contó a Aleteia una anécdota de las primeras veces que compartió con él:
“Cuando en las oraciones él decía que el Señor estaba sanando a una mujer de cáncer, yo sentía pena ajena de que la persona no se levantara. Cerraba los ojos y rezaba para que se levantara. Entonces el padre Darío me preguntaba “Charlie, ¿qué pasó contigo?”, cuando le contaba me regañaba y me decía que tenía que estar dispuesto a hacer el ridículo por Dios, que Él nunca lo permitiría”.
Eso hizo el padre Darío, se entregó a Dios ciento por ciento y transmitía ese amor, como lo recuerda el carmelita descalzo fray Alejandro Tobón: “Fue un hombre enamorado de Dios, con una característica que me enternecía profundamente, él decía “Todo sacerdote debe ser Jesús y yo trato de ser un Jesús colombiano”. No estaba buscando fama, sino trasmitir a Cristo y lo llevó por todos los rincones de la Tierra”.
Evangelizando en redes sociales
Sus últimos años los pasó en su casa de Brooklyn y durante la pandemia aprovechó las redes sociales para evangelizar. Diariamente transmitía la Eucaristía y muchos mensajes a través de su canal de YouTube, así como una oración especial para pedir la protección de Dios frente al coronavirus.
En las tardes abría la puerta de su casa y con la custodia daba la bendición a los transeúntes que pasaban por las solitarias calles, y oró por las miles de vidas que se acabó la enfermedad, entre ellas la de su amigo el joven sacerdote colombiano Julio Balza.
“Yo estoy deteniendo las lágrimas, no se imaginan lo que yo siento, pero no puedo dejar que las lágrimas me quiten la paz. Vamos a celebrar con alegría”, dijo durante la misa el día el día de la muerte del padre Garza, sin saber que seis meses después él partiría a la Casa del Padre, aquejado por el mismo mal.
Deja un gran legado el padre Darío Betancourt, legado que perdurará porque, como dijo fray Alejandro Tobón, “quedan sus libros, sus videos en YouTube, en sus canales y redes sociales, para poder seguir aprendiendo mucho de él”.
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