Grandes pensadores católicos del siglo XXI: Francesc Torralba

Iniciamos una serie de entrevistas a personas que están ayudando con su pensamiento a hacer un mundo más cristiano

El filósofo y teólogo español Francesc Torralba es uno de los grandes pensadores cristianos de hoy. Además de impartir clases y conferencias en diversas instituciones, ha escrito más de 1.800 artículos y 100 libros. Consultor del Consejo Pontificio para la Cultura desde el 2011, está casado y tiene cinco hijos. En la siguiente entrevista a Aleteia ofrece su visión sobre el ser humano y sus desafíos actuales con un poco habitual enfoque espiritual.

¿Cuál es el centro de su pensamiento?

Desde el punto de vista del área sobre la que me interesa más pensar -el foco-, es la persona humana.

Sobre todo lo que me interesa es la antropología filosófica, la exploración de la condición humana, de lo que somos, lo que nos define, lo que nos hace singulares.

Este y la ética: el cómo vivir, el cómo desarrollar nuestra acción en el mundo, cuál es la vía para alcanzar una cierta felicidad o una cierta plenitud.

Antropología y ética son los dos campos que me han interesado, sobre lo que he publicado y que focalizan mi interés.

Y por lo que respecta a la influencia o la orientación del pensamiento, me ubico muy cómodamente en el personalismo.

La persona es el valor fundamental, el centro de gravedad de toda acción y lo más dignamente de respeto

Las fuentes de inspiración a la hora de abordar el tema de la persona o a la hora de pensar los criterios que deben regular una ética hoy las encuentro en los grandes filósofos personalistas del siglo XX.

Particularmente los de la década de los 30 o 40, tanto los franceses (Mouniere, Delacroixe, Gabrielle Marcel, Mendoncelle, Marcel Lego,..) como los de lengua alemana (Martin Puber, Ferdinand Ebner,…).

Porque son autores que a mi modo de ver se centran en lo más nuclear de la persona, en lo que nos hace más singulares.

Ahondan en nuestra riqueza intangible, en nuestra capacidad y eso es lo que me interesa más.

También hay aportaciones de otros, modernos y contemporáneos, pero me ubico dentro de un personalismo, en el sentido de que la persona es el valor fundamental, el centro de gravedad de toda acción y lo más dignamente de respeto.

Y eso se puede abordar en un plano filosófico y en un plano teológico, aunque yo me muevo sobre todo en una tesitura filosófica.

Aunque me doctoré en Teología, me defino como filósofo, pero no niego toda la aportación, la riqueza, de los grandes teólogos del siglo XX.

¿Vive algún carisma especialmente dentro de la Iglesia?

Hay particularmente uno: el de san Francisco de Asís.

święty Franciszek z Asyżu

Paolo Gallo | Shutterstock

Tengo la suerte de que mis padres eligieron este nombre para mí [Francesc, Francisco en catalán, n.d.e.].

Y luego me ha interesado mucho un franciscanismo en el plano laical: estar insertados en el mundo y arraigados en la vida profesional y familiar.

San Francisco me interesa especialmente por el sentido que da a la naturaleza, la interdependencia entre todos los seres.

Y porque yo vivo el encuentro personal con Dios y conmigo mismo -y casi diría las experiencias más plenas de trascendencia y espiritualidad- en la naturaleza.

La naturaleza es fuente de reconciliación, de pacificación, lugar para la oración, el descanso del alma, lugar de inspiración de ideas y pensamiento.

Es para mí una fuente incesante de inspiración y de encuentro con Dios y de encuentro conmigo mismo.

Aunque vivo en una ciudad grande, hago incursiones en la naturaleza, ya sea cerca o en otros lugares.

La naturaleza es fuente de reconciliación.

El otro carisma es Edith Stein, le dediqué mi tesis doctoral en Pedagogía.

Lo que me interesa más, además de su obra y su pensamiento, sus textos, es que es una fuente de inspiración frente a las contrariedades, a la dimensión oscura de la vida, los gólgotas que hay en la vida.

Su testimonio, su entereza, su serenidad, su paz, su compromiso con la dignidad para mí es una fuente de inspiración.

Y es una de las santas de referencia directa para mí, por toda su vida, su compromiso, el modo como se enfrentó al nacionalsocialismo y su coherencia de vida.

PRAY

Doctor Torralba, de su curriculum, ¿qué es lo que cree que aporta más al mundo?

Es difícil decirlo y especialmente yo: deberían decirlo mis alumnos, mis lectores. Pero a mí sobre todo lo que me interesa son dos objetivos.

Primero, dar que pensar. Romper la cultura del antipensamiento, de la amnesia o de la fuga del pensamiento.

Tenemos que introducir preguntas, cuestiones, interrogaciones, de algún modo dar que pensar

Estamos en un tipo de sociedades donde todo estimula a no pensar. Consumir, producir, divertirse, entretenerse, criticar, chismorrear,… todo estimula a no pensar.

Y esta es mi intención, tanto en el aula con mis alumnos -cada semana tengo casi 300– como a través de los textos, libros, artículos, e intervenciones en los medios de comunicación -radio, televisión, redes sociales,…-: tenemos que introducir preguntas, cuestiones, interrogaciones, de algún modo dar que pensar.

Esta es la primera finalidad. Y cuando la consigues experimentas una gran satisfacción: sacudir, romper la indiferencia, ayudar a salir de los lugares comunes y evitar la esclavitud de lo políticamente correcto.

Y estimular a recorrer caminos o senderos poco transitados. Por lo general circulamos por autopistas y todos nos encontramos en las mismas autopistas y a mí me gusta abrir caminos o senderos mucho más difíciles de recorrer pero donde se ven paisajes distintos.

Cuando uno sale de la autopista y toma un sendero, ve cosas que no veía desde la autopista.

Primero, por tanto, estimular el pensamiento a través de cualquier medio que tenga.

Me gusta abrir caminos o senderos mucho más difíciles de recorrer pero donde se ven paisajes distintos.

Y luego introducir algún argumento a favor de la esperanza.

Lo que caracteriza nuestro mundo occidental es el desencanto. Una especie de cansancio, apatía.

Y la cuestión es cómo introducir un discurso sobre la esperanza que tenga legitimidad intelectual y no sea calificado de frívolo, desinformado, obsoleto o simplemente anacrónico.

Aunque me he dedicado a hacer diagnósticos de la sociedad, intento no caer en el catastrofismo, en la visión apocalíptica, en la distopia como destino seguro y fatal.

Trato de escribir con realismo lo que observo en la calle, el metro, el autobús, en las grandes superficies,…

Pero intento introducir un lenguaje sobre la esperanza que sea luminoso -y no irracional, fideísta o puramente emocional o un exabrutpo-, que la esperanza tenga sus razones y no sea una salida por la tangente.

En lo que se refiere a espiritualidad, ¿considera que el ser humano ha evolucionado a la par que en los ámbitos científico o tecnológico por ejemplo? ¿Tal vez ha involucionado?

En algunos aspectos no cabe duda de que el progreso, la evolución, es exponencial, impresionante, casi una disrupción. ¿En qué aspectos? En tres:

1Ciencia

Un ejemplo del desarrollo de la ciencia es lo poco que hemos tardado en conseguir una vacuna como consecuencia del Covid ahora, en comparación con lo que se tardó en resolver la gripe española en el siglo XVIII.

Las ciencias de la salud, físicas, químicas, han experimentado un desarrollo vertiginoso, no cabe duda.

2Tecnología

Tampoco cabe duda de cómo han cambiado, mejorado, los sistemas tecnológicos en todos los campos: biotecnologías, nanotecnologías, robótica, en el ámbito de la comunicación,…

3Ordenamiento jurídico e institucional

El ordenamiento jurídico también ha evolucionado. Hoy es mucho más justo, equitativo, sintónico con la declaración universal de los derechos humanos.

Se reconocen derechos que nunca habían tenido a determinados colectivos que siempre fueron objeto de marginación, maltrato: personas con discapacidad, presidiarios, enfermos,…

Uno compara los derechos de la mujer, la situación de los niños, en España, por ejemplo, hace cien años y ahora, y hay una diferencia radical.

También ha habido desarrollos significativos de instituciones: de salud, penitenciarias, sociales, universitarias,…

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Shutterstock ! MNStudio

Sin embargo, para mí hay dos ámbitos en los que no podemos hablar de progreso sino incluso de estancamiento o de repetición de lo mismo o de una especie de parálisis.

1La espiritualidad

El desarrollo tecnológico ha sido exponencial pero no ha ido acompañado de un desarrollo de las capacidades de la persona.

Creo que vivimos en un entorno que podría calificarse de desierto espiritual. Lo que rige es el consumismo, la hiperproductividad, la exposición en las redes, la búsqueda de la máxima audiencia y de la máxima notoriedad.

Hay un potencial, el espiritual, del ser humano, que no ha sido ni es suficientemente desarrollado

Pero para mí hay una verdadera parálisis del desarrollo espiritual de los seres humanos, cuanto menos del entorno en el que yo estoy.

Hay un potencial, el espiritual, del ser humano, que no ha sido ni es suficientemente desarrollado.

Hemos desarrollado determinadas inteligencias (lógico-matemática, por ejemplo), pero otras modalidades de inteligencia (como la espiritual) están atrofiadas, infradesarrolladas.

Y eso representa un déficit muy notable de nuestra cultura, de nuestra sociedad, de nuestra época.

FATHER DAVID JONES,HERMIT,IRELAND

2Ética

Y luego hay otro ámbito en que no podemos hablar de progreso: la calidad ética de las personas.

¿Somos más buenos que en la época de Sócrates? ¿Más honestos, sinceros, cívicos, civilizados, tolerantes, solidarios, compasivos?

El ciudadano común no puedo decir que sea más bueno, más honesto, moralmente superior a lo que sería un ciudadano de la época de Sócrates

Creo que no podemos hablar tan ligeramente de un progreso moral. Sí hay un progreso científico, jurídico, de instituciones,…

Pero cuando uno ve un telediario o se pone a observar la vía pública ve que existen dos tendencias.

Por un lado, la tendencia a la destrucción, a la crueldad, a la instrumentalización de personas, a la explotación de seres humanos,…

Pero también la tendencia luminosa: voluntariado, altruismo, ayuda mutua, amor incondicional, la compasión,… Todo eso también está.

Tenemos herramientas mucho más sofisticadas, vivimos en sociedades mucho más desarrolladas científica y técnicamente, con marcos jurídicos mucho más respetuosos con los derechos de las minorías.

Pero el ciudadano de a pie, el ciudadano común no puedo decir que sea más bueno, más honesto, moralmente superior a lo que sería un ciudadano de la época de Sócrates o de Da Vinci o un conciudadano de Voltaire o de Marx.

Por tanto no hablaría de progreso espiritual o ético paralelo o similar al técnico

¿Cuáles cree que han sido los principales logros que se han conseguido en el campo de la espiritualidad?

En el campo de la espiritualidad en sentido estricto es una cuestión.

Otra cosa es en el campo del diálogo entre las religiones, entre las tradiciones cristianas, el ecumenismo. Creo que en este sí que ha habido grandes desarrollos.

Primero en el diálogo interreligioso. Hay ejemplos evidentes de que esa lectura maniquea, binaria, de buenos y malos, verdad mentira, salvadores-salvados-condenados, ha sido superada y somos capaces de reconocer las semillas de verdad que hay en tradiciones espirituales y religiosas muy lejanas a la propia.

Se ha mejorado significativamente en el encuentro, el diálogo, el respeto mutuo, entre personas que participan de credos religiosos distintos

Eso ya está expresado en un documento muy breve pero muy relevante del Concilio Vaticano II -que se titula Nostra aetate– sobre las religiones no cristianas.

Es un texto muy importante de hace más de 60 años que muestra la capacidad de reconocer las semillas de verdad que hay en tradiciones anteriores y posteriores a la propia, incluso las semillas de verdad que hay en sistemas filosóficos y movimientos espirituales que se desarrollan al margen de las tradiciones «oficiales».

Eso es un progreso, muy distinto a la polarización política, el maniqueísmo político, la batalla binaria que se está produciendo en muchos que se esfuerzan en abrir zanjas.

Es verdad, se ha mejorado significativamente en el encuentro, el diálogo, el respeto mutuo, entre personas que participan de credos religiosos distintos.

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El papa Francisco en el encuentro interreligioso de Asís del año 2016.

AFP / Osservatore Romano

A nivel espiritual, el problema es ¿qué significa espiritual?

Si se entiende por espiritual la capacidad de vivir la vida con sentido, la capacidad de sentirse parte de un todo, la capacidad de vivir sabiamente y austeramente y la capacidad de compadecerse de toda realidad que sufre, pues no ha habido progreso.

Estamos como estábamos. No podemos decir que hay más compasión hoy que en tiempos de Buda, o más caridad hoy que en tiempos de Jesús de Nazaret.

Sigue habiendo indiferencia. Esta expresión del papa Francisco -globalización o virus de la indiferencia- me resulta muy estimulante. Porque la indiferencia es la antítesis de una espiritualidad vivida auténticamente.

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Si se entiende por espiritualidad apertura, dinamismo que me proyecta al otro, sentido de comunión con el sufrimiento ajeno, descentramiento del ego, diría que no ha habido progreso.

Vivimos en una sociedad donde el ego es el gran dios, el foco de gravedad. Y la espiritualidad auténtica, para mí, es un proceso de renuncia al ego para hacerme uno con todo y con todos. Y para darme a todo y a todos.

De la espiritualidad como donación, como apertura, como entrega, yo no puedo constatar que haya habido un progreso.

La espiritualidad auténtica, para mí, es un proceso de renuncia al ego para hacerme uno con todo y con todos

Sí en el terreno del diálogo interreligioso, del ecumenismo, el respeto y la estima de las tradiciones distintas.

Y también en el diálogo entre creyentes y no creyentes, que me ha interesado más.

¿Cómo ha sido su experiencia de diálogo entre creyentes y no creyentes?

He escrito y dialogado sobre el diálogo entre creyentes y no creyentes, algo central. Y lo he practicado a través de epistolarios, congresos, mesas redondas, diálogos visibles e invisibles. Con personas que no participan de mi fe y que están en las antípodas de la pertenencia eclesial y de la vida de oración.

Eso me ha interesado mucho: tratar de ver qué puentes hay, qué valores hay en el humanismo laico, qué verdad hay en el humanismo laico y cómo podemos aprender también de nuestros amigos agnósticos y ateos, qué nos pueden enseñar y qué nosotros a ellos.

He aprendido mucho leyendo a filósofos ateos y agnósticos

Con expresiones como la cultura del encuentro, el diálogo como mecanismo fundamental de acercamiento al otro o eso que subraya el papa Francisco de considerar a tu interlocutor no como un depósito de tus pensamientos sino como alguien de quien puedes aprender…

He aprendido mucho leyendo a filósofos ateos y agnósticos y espero que ellos también puedan aprender algo de lo que tratamos de explicar cuando hablamos de nuestra experiencia personal.

¿Cuáles han sido en su opinión las aportaciones más positivas de la psicología a la espiritualidad? ¿Cómo ha ayudado a la comprensión de lo que es el ser humano y a su mejora?

Primero: no hay una psicología.

Yo enseño en una facultad de psicología, aunque no soy psicólogo, hace casi 30 años.

Y enseño a futuros psicólogos, que mayoritariamente son chicas jóvenes que tendrán la gran responsabilidad de ayudar a muchas personas a salir de crisis personales, tensiones intrafamiliares, todo tipo de patologías, trastornos, como los que estamos viviendo en nuestras sociedad en este periodo postcovid.

Lo que existe son psicologías, familias, corrientes, ismos, metodologías, formas de comprender al ser humano, formas de cuidarle y curarle, estrategias terapéuticas distintas.

Hay una psicología sin alma, donde el ser humano es materia en movimiento, pura bioquímica

Es distinta la psicología conductista de la transpersonal y de la psicoanalítica. Y dentro de la psicoanalítica también hay unas ramificaciones enormes.

También hay una psicología sin alma, donde el ser humano es materia en movimiento, pura bioquímica.

Se pueden alterar, modificar y cambiar sus pensamientos, emociones, sentimientos, recuerdos,… con introducción de fármacos, de electrodos, de chips, en su estructura cerebral y se le puede claramente controlar, dominar como si fuera casi un autómata.

Por tanto hay corrientes, abordajes distintos. Muchas y distintas familias dentro de la psicología. Eso también pasa con la filosofía, con la sociología, con la teología.

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El ser humano no puede reducirse a esquemas racionales

FGC | Shutterstock

Sí que es verdad que hay un conjunto de psicólogos que vienen del mundo de la terapia personal y familiar que reconocen en el ser humano una dimensión espiritual.

Es el caso de Victor Frankl, Irbin Yalom, Rollo May, Carl Gustav Young, Alfred Adler,…

Para ellos esa dimensión espiritual escapa a la cuantificación, al fármaco. No la podemos ni controlar, ni dominar, ni sujetar. Y de algún modo hace al ser humano alguien único e irremplazable que no puede reducirse a esquemas racionales.

Esta psicología a mí me interesa porque reconoce la debilidad del abordaje de la psicología y que hay una dimensión del ser humano que el psicólogo no puede abordar: esta búsqueda de sentido, de paz interior,…

Estos psicólogos sí se abren a las aportaciones de la teología, la filosofía, las tradiciones religiosas.

Para muchas personas Dios, si no ha muerto, es completamente irrelevante

Pero sigue habiendo una psicología que se cierra absolutamente a este mundo y considera al ser humano un organismo vivo, complejo, pero que se reduce a pura materialidad en movimiento, a reacciones bioquímicas.

Considera que el amor, los celos, la culpa, la angustia, el odio,… se reducen en último término a reacciones bioquímicas y por tanto pueden ser manipuladas, alteradas, a través de la introducción de fármacos, chips o aplicando biotecnología a ese ser humano.

¿Cuáles cree que son los «puntos fuertes» del momento actual en lo que se refiere a la relación del ser humano con Dios?

La respuesta sería muy distinta según el lugar del mundo donde se ponga el foco.

Si me centro en lo que observo en mi entorno cultural de la Europa Mediterránea y Centroeuropea, la primera constatación es que Nietzche acertó: culturalmente y socialmente para muchas personas Dios, si no ha muerto, es completamente irrelevante, exógeno, accidental en su vida.

Viven, trabajan, consumen, discuten, aman, se reproducen y mueren sin Dios. Dios es ausente para una gran parte de personas, jóvenes y adultos. No tienen relación con Dios.

Hay una vida centrada en lo pragmático, en lo inmediato, en superar contrariedades y adversidades que van apareciendo como si fuera una gran carrera de obstáculos.

En en el mejor de los casos cuentas con la ayuda de otras personas para poder sobrellevar esa carrera de obstáculos. Vivir es difícil.

Pero en otros contextos no sería así. Observamos que para otros seres humanos, Dios es un interlocutor a quien suplico determinadas peticiones y a quien agradezco determinados dones o gracias que me concede.

Pero yo creo que en nuestro ámbito Nietzsche acertó. Culturalmente y socialmente Dios ha muerto, o como menos ha sido eclipsado por otros dioses.

Lo que hay es un politeísmo funcional

Martin Buber escribió Yo y tú, un hito de la filosofía contemporánea. Él habla de un eclipse de Dios.

Algo lo tapa. Otros dioses. Dioses transitorios: dios dinero, fama, sexo, cuerpo, dios éxito, prestigio,… Lo que hay es un politeísmo funcional.

En mi libro Mundo volátil, hablo de un politeísmo gaseoso, volátil, porque estos dioses duran muy poco (cantantes, futbolistas, influencers,…).

Queremos ser como ellos, les imitamos y se convierten en los referentes, fuentes de imitación colectiva. Salvo en las situaciones límite.

Cuando todo se agrieta, cuando todo se desmorona, cuando uno experimenta lo que Karl Jasper denomina la situación límite, entonces uno se pregunta: ¿estoy solo o hay Dios?

Y a veces empieza aquí una relación, de súplica, de confrontación, de anhelo de Dios, de necesidad de Dios. Cuando todo se desmorona.

Mientras no se desmorona, uno vive instalado en su politeísmo. Pero con la muerte de un ser amado, una enfermedad terminal, un fracaso, cuando todo se te hunde, entonces sí que para muchos empieza la pregunta radical: ¿Está Dios? ¿Qué puedo esperar? ¿O está la nada?

Y algunos en estas experiencias viven como un retorno del hijo pródigo, al Dios que abandoné tras la Primera Comunión.

La situación límite puede activar la experiencia religiosa

Otros no; en esta disyuntiva se inclinan por la nada, por la noche oscura. Y otros se dejan sostener o se abandonan en Dios.

Pero mientras no se vive esta situación límite, para la mayoría de las personas Dios está ausente, en sus vidas.

Es irrelevante, casi una nota que no aporta ni tampoco preocupa, inquieta, hiere. Simplemente ha dejado de estar.

Ya no es un ojo, alguien que observa, alguien con quien puedo contar. Es la soledad de un mundo sin Dios.

Es un desierto en que Dios es el gran ausente y no se le echa de menos. Para mí la situación límite puede activar la experiencia religiosa.

FRANCESC TORRALBA

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