¿Víctimas de Ratzinger? 

Hans Küng, Leonardo Boff y el mito del gran inquisidor

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Repetidamente en los medios -desde hace décadas, pero especialmente después de la muerte de Benedicto XVI- se habla de las «víctimas» de Ratzinger, de teólogos silenciados por el «Inquisidor» prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

Se le califica como un retrógrado que solo quería volver al pasado, al Concilio de Trento, contrario al ecumenismo y al diálogo interreligioso, y censurador de todo el que no piense como él. Se lo acusa de encubridor de los casos de pedrastia en la Iglesia y enemigo del Concilio Vaticano II.

Lamentablemente estas y otras afirmaciones igual de falsas e injustas, no solamente son repetidas y creídas por periodistas poco informados, sino que son repetidas por teólogos, sacerdotes y laicos católicos que creen estar contando la verdadera historia del Papa Benedicto XVI.

Lo más triste de la situación es que no solo no es cierto, sino que además son lo contrario de lo que él fue como teólogo y como pontífice: fue el más radical purificador de los abusos y la corrupción de la Iglesia, uno de los teólogos más profundos, críticos y abiertos del siglo XX, un hombre de diálogo y gran promotor del ecumenismo y el diálogo interreligioso.

Para confirmar esto alcanzaría con dedicar un buen tiempo a leer sus libros, su biografía, sus conferencias y discursos. La imponente biografía del periodista Peter Seewald de más de mil páginas, rigurosa y sólidamente documentada, sería una excelente lectura para desmontar la leyenda negra y todos los prejuicios repetidos hasta el hartazgo. También ha contribuido a alimentar el prejuicio la película «Los dos papas»

Por razones de espacio me limitaré a citar hechos mínimos sobre los dos teólogos que han construido la leyenda negra de Ratzinger: el suizo Hans Küng y el brasileño Leonardo Boff.

Me interesa brevemente deconstruir algunos mitos, para dar contexto a muchas leyendas que se repiten en estos días, pero para profundizar remito a las lecturas de los propios textos de Ratzinger y a las entrevistas publicadas (La Sal de la tierra, Informe sobre la fe, Dios y el mundo, Luz del mundo, Ultimas conversaciones), así como sus propios libros, encíclicas, cartas, conferencias y discursos. 

El caso Hans Küng

En otra oportunidad he escrito sobre la obra de Küng, su contribución al conocimiento de las religiones y su inclinación hacia el protestantismo en su producción teológica, pero su actuación pública ha sido muy cuestionada por quienes fueron testigos de los hechos.

Esos testigos son menos conocidos que Küng y tuvieron menos publicidad. El periodista Peter Seewald que entrevistó a Hans Küng y a Ratzinger, escribió que «si hubiera un premio propaganda anti-Ratzinger, lo habría ganado Hans Küng con toda seguridad» y lo cierto es que «la polémica con Küng poco tenía de honrado o de verdad histórica, se parecía a un incendio provocado». 

Muchos artículos de prensa repiten estos días que fue Ratzinger quien le quitó la licencia para enseñar al teólogo suizo, pero lo cierto es que la licencia se la quitaron en 1979, cuando Ratzinger era todavía obispo en Alemania, e incluso intercedió a su favor.

Pero Küng comenzó a publicar en las revistas alemanas durante la década del 80 arremetiendo contra Ratzinger y Juan Pablo II, pintándolos de medievales, retrógrados y fue él mismo quien llamó a Ratzinger «el gran Inquisidor» y creó el mito del supuesto giro teológico de Ratzinger después de 1968, cosa que Ratzinger negó y explicó más de una vez, cuando se trataba de la evolución de su propio pensamiento.

La visibilidad que tenía Küng en la prensa alemana e internacional, le posibilitó salir sistemáticamente a alimentar el prejuicio y la imagen de oscurantismo y dogmatismo de su colega que ahora era Prefecto para la Congregación para la Doctrina de la Fe. Afirmó que Ratzinger conspiraba, que encubría y que perseguía gente. Muchos artículos de Küng están cargados de insultos a Ratzinger y a Juan Pablo II, ironizando en cualquier ocasión que tuviera oportunidad sobre la doctrina católica.

A pesar de pasarse ridiculizando a la Iglesia, la Universidad de Tubinga le creó una cátedra propia para él. Solo se le impidió enseñar teología católica, porque de hecho su teología ya no lo era y él mismo se lo reconoció a Ratzinger en 1982. Que se le pida a alguien que no enseñe como «católico» lo que la Iglesia no cree, no es silenciarlo, sino llamarlo a la coherencia.

Y cuando se dice que se «silencia» a algún teólogo, se interpreta como si quedara recluido en la oscuridad, cuando en realidad se le pide que corrija o la Iglesia se verá en la obligación de aclarar públicamente que su obra no es de doctrina católica. Nada más. Además, es sabido que cualquier libro que sea catalogado como «prohibido» por la Iglesia, se vuelve un best seller, con lo cual digamos que lo del silencio es paradójico o por lo menos simbólico en el caso de Küng.

Han tenido mucha más tribuna los teólogos disidentes, entre millones de católicos, que los documentos oficiales de la Iglesia, que generalmente son desconocidos y tergiversados por los que tienen más micrófonos y publicaciones. Lo de «Imponer silencio» es una expresión coloquial, porque no existe tal pena de «silenciar» en el Derecho Canónico, cada uno es libre de hablar y publicar, pero no en nombre de la Iglesia. 

Y si uno lee la trayectoria de ambos teólogos y las polémicas en la prensa alemana, queda claro que la víctima de calumnias sistemáticas fue Ratzinger y no Hans Küng, quien aprovechó muchas veces su prestigio, su visibilidad, la confusión y descontextualización de los debates doctrinales para aparecer como el héroe del pensamiento libre. 

El caso Boff y las teologías de la liberación

En estos días Leonardo Boff ha publicado un artículo repitiendo de Ratzinger una larga lista de adjetivos que pertenecen a la leyenda negra: «representante del cristianismo medieval».

«Con la censura y persecución de tantos teólogos, desde Gustavo Gutiérrez hasta Jon Sobrino, Ratzinger no ha dado buen ejemplo: no ha escuchado el clamor de los pobres, ha condenado a sus amigos y aliados y ha malinterpretado la Ley», «se dejó contaminar por el virus conservador de la milenaria institución eclesiástica, al punto de abrazar, en algunos aspectos, posiciones reaccionarias y fundamentalistas» (Religión digital, 9-01-2023). ¡Y dice que no tiene ningún resentimiento! Sus palabras hablan más de él que de Ratzinger. 

Si bien es cierto que muchos teólogos de la liberación sufrieron las calumnias de sus obispos, la indiferencia y el temor de cardenales en situaciones dramáticas que solo podían comprenderse desde el contexto latinoamericano, las leyendas sobre Ratzinger son injustas e infundadas. 

Mientras en Europa del Este la Iglesia se enfrentaba con un movimiento de resistencia a la dictadura comunista, en América Latina la situación era muy distinta con las dictaduras militares. No hay que olvidar que entre 1968 y 1979 más de 1500 sacerdotes, religiosas y teólogos cristianos fueron encarcelados, torturados y asesinados en países latinoamericanos, etiquetados como «comunistas» por defender los derechos humanos y denunciar las injusticias sociales.

Mons. Romero el arzobispo de San Salvador fue asesinado a tiros mientras celebraba la misa el 24 de marzo de 1980, por denunciar las violaciones a los derechos humanos y por atreverse a leer los nombres de personas desaparecidas y asesinadas. Es comprensible que, en ese contexto, cualquier corrección doctrinal fuera percibida política e ideológicamente como un freno a la opción por los pobres, pero algunos teólogos y periodistas amplificaron el prejuicio sin tener en cuenta el contexto de la instrucción sobre la teología de la liberación, cuyo título «Algunos aspectos» deja en claro que no es una crítica en bloque. 

Hay casos ejemplares de teólogos de la liberación como Gustavo Gutiérrez, con una obra sólida teológicamente y con una gran profundidad espiritual, valorada y elogiada por Ratzinger y otros cardenales como G. Müller.

Si bien Gutiérrez fue criticado y calumniado por algunos obispos y cardenales, el proceso de su obra ha sido revalorizado y recomendado por los papas, tanto por Benedicto como por Francisco.

Es falso que se condenó la Teología de la Liberación, porque no hay una sola, sino muchas teologías de la liberación. Los documentos que existen hicieron observaciones sobre algunas incompatibilidades doctrinales de algunas teologías de la liberación con la fe católica, no una crítica global.

A Ratzinger le preocupaba la instrumentalización política de la fe, que se tome prestado en forma acrítica postulados marxistas y que se haga una interpretación exclusivamente racionalista de la Biblia, reduciendo el cristianismo a una ideología que termina dividiendo a los cristianos y olvida cuestiones fundamentales de la fe cristiana.

Muchos críticos vieron en la Instrucción vaticana de 1984 un ataque a la lucha por la justicia social y una traición a las comunidades que sufren. En ese contexto se convoca a Leonardo Boff en Roma en 1985, para hablar con Ratzinger sobre su libro «Iglesia, carisma y poder» (1981).

Ya se conocían desde Munich cuando Boff estudió en Alemania. Se le pidió que revisara algunas tesis controvertidas de su libro y mientras tanto renunciara a publicar y hacer declaraciones sobre esos temas polémicos (cuestiones eclesiológicas) durante un año. Boff prometió cumplir el sabático y en realidad radicalizó su postura y no cumplió lo acordado.

Apenas salió y se encontró con la prensa empezó a construir una imagen de que su encuentro en Roma había sido de disciplinamiento, de una inquisición perseguidora. Se consolida con el relato de Boff la imagen creada por Küng: el gran inquisidor que persigue teólogos. 

¿Vale la pena aclararlo? 

Me lamenté mucho al leer a Boff escribiendo infundadamente sobre Benedicto a pocos días del fallecimiento de este, como si fuera un prejuicioso desinformado o un despechado de última hora.

En cambio, me alegró ver artículos críticos de Javier Elzo, Xavier Pikazza o Ignacio González Faus, o un teólogo de la liberación como Víctor Codina, que aunque no coincido con varias de sus valoraciones, son mucho más serios que el panfleto que ha publicado Boff, lamentable desde todo punto de vista.

En un clima tan polarizado y de poca escucha a lo que no confirma las propias tesis, uno se pregunta si vale la pena aclarar estas cosas, o si solo las leen los que defienden a Benedicto y serán catalogadas de injustas y reaccionarias por quienes canonizan a Küng o a Boff.

Escribí estas breves líneas por justicia con Benedicto XVI, aunque soy consciente de que cuando alguien es molesto o incómodo y su imagen ha sido tan deteriorada, poco importan los hechos cuando el relato oficial está tan instalado.

De todas formas, por aquellos que les interesa buscar la verdad, espero no se queden con lo que escribo, ni con los que siguen alimentando la leyenda negra, sino que vayan directamente a las fuentes para poner las cosas en su justo lugar. 

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