El miércoles pasado iniciamos un ciclo de catequesis sobre la pasión de evangelizar, sobre el celo apostólico que debe animar a la Iglesia y a todo cristiano. Hoy miramos al modelo insuperable del anuncio: Jesús. El Evangelio del día de Navidad lo definía “Verbo de Dios” (cfr Jn 1,1).
El hecho de que él sea el Verbo, es decir la Palabra, nos indica un aspecto esencial de Jesús: Él está siempre en relación, en salida; nunca solo, siempre en relación y en salida. La palabra, de hecho, existe para ser transmitida, comunicada. Así es Jesús, Palabra eterna del Padre que llega a nosotros, comunicada a nosotras. Cristo no solo tiene palabras de vida, sino que hace de su vida una Palabra, un mensaje: es decir, vive siempre dirigido hacia el Padre y hacia nosotros. Siempre, mirando al Padre que lo ha enviado y mirándonos a nosotros por los que Él ha sido enviado.
De hecho, si miramos a sus jornadas, descritas en los Evangelios, vemos que en el primer lugar está la intimidad con el Padre, la oración, por la que Jesús se levanta temprano, cuando todavía está oscuro, y se dirige a zonas desiertas a rezar, a hablar con el Padre. (cfr Mc 1,35; Lc 4,42).
Todas las decisiones y las elecciones más importantes las toma después de haber rezado (cfr Lc 6,12; 9,18). Precisamente en esta relación, en la oración que le une al Padre en el Espíritu, Jesús descubre el sentido de su ser hombre, de su existencia en el mundo, porque Él está en misión para nosotros. Enviado del Padre a nosotros.
A tal propósito es interesante el primer gesto público que Él realiza, después de los años de la vida escondida en Nazaret. Jesús no hace un gran prodigio, no lanza un mensaje con efecto, sino que se mezcla con la gente que iba para ser bautizada por Juan. Así nos ofrece la clave de su acción en el mundo: desgastarse por los pecadores, haciéndose solidario con nosotros sin distancias, en el compartir total de la vida.
De hecho, hablando de su misión, dirá que no ha venido “a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos” (Mc 10,45). Cada día, después de la oración, Jesús dedica toda su jornada al anuncio del Reino de Dios y a las personas, sobre todo a los más pobres y débiles, a los pecadores y a los enfermos (cfr Mc 1,32-39). Jesús está en contacto en la oración y luego con toda la gente, para la misión para la Catequesis, para enseñar el camino al Reino de Dios.
Entonces, si queremos representar con una imagen su estilo de vida, no tenemos dificultad en encontrarla: Jesús mismo nos la ofrece, hablando de sí como del buen Pastor, aquel que –dice -“da su vida por las ovejas” (Jn 10,11). Esto es Jesús. De hecho, ser el pastor no era solo un trabajo, que requería tiempo y mucho empeño; era una verdadera forma de vida: veinticuatro horas al día, viviendo con el rebaño, acompañándolo a pastar, durmiendo entre las ovejas, cuidando de las más débiles. En otras palabras, Jesús no hace algo por nosotros, sino que da todo, da su vida por nosotros. El suyo es un corazón pastoral (cfr Ez 34,15). Hace de pastor con todos nosotros.
De hecho, para resumir en una palabra la acción de la Iglesia se usa a menudo precisamente el término “pastoral”. Y para valorar nuestra pastoral, debemos compararnos con el modelo, Jesús buen Pastor. En primer lugar, podemos preguntarnos: ¿lo imitamos bebiendo de las fuentes de la oración, para que nuestro corazón esté en sintonía con el suyo? La intimidad con Él es, como sugería el bonito volumen del abad Chautard, “el alma de todo apostolado”. Jesús mismo lo dijo claramente a sus discípulos: “separados de mí no podéis hacer nada” (Jn 15,5). Si se está con Jesús se descubre que su corazón pastoral late siempre por quien está perdido, alejado.
¿Y el nuestro? Cuántas veces nuestra actitud viene con gente que es un poco difícil o que es un poco difícil para nosotros, y decimos que es problema suyo, que se las apañe, pero Jesús nunca ha dicho esto, que se las arregle, nunca. Ha ido Él a buscarlo, con todos, con todos los marginados, con todos los pecadores. Era acusado por ello, por estar con los pecadores, porque llevaba a los pecadores la salvación de Dios.
Hemos escuchado la parábola de la oveja perdida, contenida en el capítulo 15 del Evangelio de Lucas (cfr vv. 4-7). Jesús habla también de la moneda perdida y del hijo pródigo. Si queremos entrenar el celo apostólico, el capítulo 15 de Lucas hay que tenerlo siempre presente. Léanlo a menudo. Ahí descubrimos que Dios no está para contemplar el recinto de sus ovejas y tampoco las amenaza para que no se vayan. Más bien, si una sale y se pierde, no la abandona, sino que la busca. No dice: “¡Se ha ido, culpa suya, asunto suyo!”.
El corazón pastoral reacciona de otra manera: sufre y arriesga. Sufre: sí, Dios sufre por quien se va y, mientras lo llora, lo ama todavía más. El Señor sufre cuando nos distanciamos de su corazón. Sufre por los que no conocen la belleza de su amor y el calor de su abrazo.
Pero, en respuesta a este sufrimiento, no se cierra, sino que arriesga: deja las noventa y nueve ovejas que están a salvo y se aventura por la única perdida, haciendo algo arriesgado y también irracional, pero acorde con su corazón pastoral, que tiene nostalgia de los que se han ido; Esto es continúo en Jesús. Y nosotros, cuando sentimos que alguno ha dejado la Iglesia, decimos “que se las arregle”. No… Jesús nos enseña la nostalgia de aquellos que se han ido. Jesús no tiene rabia ni resentimiento, sino una irreductible nostalgia por nosotros. Jesús tiene nostalgia de nosotros y ese es el celo de Dios.
Yo me pregunto, y nosotros, ¿tenemos sentimientos similares? Quizá vemos como adversarios o enemigos a los que han dejado el rebaño. “No, se han ido a otra parte, han perdido la fe, les espera el infierno”, y estamos tranquilos. Encontrándoles en la escuela, el trabajo, en las calles de la ciudad, ¿por qué no pensar más bien que tenemos una bonita ocasión de testimoniarles la alegría de un Padre que les ama y que nunca les ha olvidado? No para hacer proselitismo, no, pero que le llegue la palabra del Padre, para caminar juntos. Evangelizar no es hacer proselitismo. Hacer proselitismo es una cosa pagana, no es religiosa ni evangélica. Hay una buena palabra para la gente que se ha ido y nosotros tenemos el honor y la carga de llevarla. Porque la Palabra, Jesús, nos pide esto. De acercarse siempre, con el corazón abierto a todos, porque Él es así.
¡Quizá seguimos y amamos a Jesús desde hace tiempo y nunca nos hemos preguntado si compartimos los sentimientos, si sufrimos y arriesgamos en sintonía con su corazón pastoral!
No se trata de hacer proselitismo, lo he dicho, para que los otros sean “de los nuestros”, no, esto no es cristiano, se trata de amar para que sean hijos felices de Dios.
Pidamos en la oración la gracia de un corazón pastoral, abierto, de estar cerca de todos, para llevar el mensaje del Señor y también sentir por ellos la nostalgia de Cristo. Porque, en nuestra vida sin este amor que sufre y arriesga, no va. Si nosotros los cristianos no tenemos este amor que sufre y arriesga, arriesgamos de padecer sólo a nosotros mismo. Pastores de sí mismo, que en lugar de ser pastores del rebaño, son pastores de sus obras. Pastores de todo, Gracias.
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