Mensaje del Papa Francisco para la Jornada Mundial del Enfermo 2023

VATICANO, 10 Ene. 23 (ACI Prensa).- El Vaticano publicó bajo el título “Cuida de él”, el mensaje del Papa Francisco con motivo de la XXXI Jornada Mundial del Enfermo, que se celebra cada año el 11 de febrero. 

En su mensaje, el Papa Francisco pidió evitar la “cultura del descarte” y caminar juntos en la enfermedad “Según el estilo de Dios, que es cercanía, compasión y ternura”.

A continuación, el mensaje completo del Papa Francisco:

Queridos hermanos y hermanas:  

La enfermedad forma parte de nuestra experiencia humana. Pero, si se vive en el aislamiento y en el abandono, si no va acompañada del cuidado y de la compasión, puede llegar a ser inhumana.  

Cuando caminamos juntos, es normal que alguien se sienta mal, que tenga que detenerse debido al cansancio o por algún contratiempo. Es ahí, en esos momentos, cuando podemos ver cómo estamos caminando: si realmente caminamos juntos, o si vamos por el mismo camino, pero cada uno lo hace  por su cuenta, velando por sus propios intereses y dejando que los demás “se las arreglen”. 

Por eso, en esta XXXI Jornada Mundial del Enfermo, en pleno camino sinodal, los invito a reflexionar sobre el hecho de que, es precisamente a través de la experiencia de la fragilidad y de la enfermedad, como podemos aprender a caminar juntos según el estilo de Dios, que es cercanía, compasión y ternura. 

En el libro del profeta Ezequiel, en un gran oráculo que constituye uno de los puntos  culminantes de toda la Revelación, el Señor dice así: “Yo mismo apacentaré mis ovejas y las llevaré  a descansar —oráculo del Señor—. Buscaré a la oveja perdida, haré volver a la descarriada, vendaré  a la herida y curaré a la enferma […]. Yo las apacentaré con justicia” (34,15-16). 

La experiencia del  extravío, de la enfermedad y de la debilidad forman parte de nuestro camino de un modo natural, no nos excluyen del pueblo de Dios; al contrario, nos llevan al centro de la atención del Señor, que es Padre y no quiere perder a ninguno de sus hijos por el camino. Se trata, por tanto, de aprender de Él, para ser verdaderamente una comunidad que camina unida, capaz de no dejarse contagiar por la cultura  del descarte. 

La Encíclica Fratelli tutti, como ustedes saben, propone una lectura actualizada de la parábola del buen samaritano. La escogí como eje, como punto de inflexión, para poder salir de las “sombras de un mundo cerrado” y “pensar y gestar un mundo abierto” (cf. n. 56). De hecho, existe una conexión  profunda entre esta parábola de Jesús y las múltiples formas en las que se niega hoy la fraternidad. 

En particular, el hecho de que la persona golpeada y despojada sea abandonada al borde del camino, representa la condición en la que se deja a muchos de nuestros hermanos y hermanas cuando más  necesitados están de ayuda. No es fácil distinguir cuáles agresiones contra la vida y su dignidad  proceden de causas naturales y cuáles, en cambio, provienen de la injusticia y la violencia. 

En realidad, el nivel de las desigualdades y la prevalencia de los intereses de unos pocos ya afectan a todos los entornos humanos, hasta tal punto que resulta difícil considerar cualquier experiencia como “natural”. Todo sufrimiento tiene lugar en una “cultura” y en medio de sus contradicciones. 

Sin embargo, lo importante aquí es reconocer la condición de soledad, de abandono. Se trata  de una atrocidad que puede superarse antes que cualquier otra injusticia, porque, como nos dice la  parábola, todo lo que se necesita para eliminarla es un momento de atención, el movimiento interior  de la compasión. Dos transeúntes, considerados religiosos, ven al herido y no se detienen. El tercero, en cambio, un samaritano, objeto de desprecio, sintió compasión y se hizo cargo de aquel forastero en el camino, tratándolo como a un hermano. 

Obrando de ese modo, sin siquiera pensarlo, cambió las cosas, generó un mundo más fraterno. Hermanos, hermanas, nunca estamos preparados para la enfermedad. Y, a menudo, ni siquiera  para admitir el avance de la edad. Tenemos miedo a la vulnerabilidad y la cultura omnipresente del  mercado nos empuja a negarla. No hay lugar para la fragilidad. Y, de este modo, el mal, cuando  irrumpe y nos asalta, nos deja aturdidos. 

Puede suceder, entonces, que los demás nos abandonen, o  que nos parezca que debemos abandonarlos, para no ser una carga para ellos. Así comienza la soledad,  y nos envenena el sentimiento amargo de una injusticia, por el que incluso el Cielo parece cerrarse.  De hecho, nos cuesta permanecer en paz con Dios, cuando se arruina nuestra relación con los demás  y con nosotros mismos.

Por eso es tan importante que toda la Iglesia, también en lo que se refiere a la  enfermedad, se confronte con el ejemplo evangélico del buen samaritano, para llegar a convertirse en  un auténtico “hospital de campaña”. Su misión, sobre todo en las circunstancias históricas que  atravesamos, se expresa, de hecho, en el ejercicio del cuidado. Todos somos frágiles y vulnerables;  todos necesitamos esa atención compasiva, que sabe detenerse, acercarse, curar y levantar. 

La  situación de los enfermos es, por tanto, una llamada que interrumpe la indiferencia y frena el paso de  quienes avanzan como si no tuvieran hermanas y hermanos.  

La Jornada Mundial del Enfermo, en efecto, no sólo invita a la oración y a la cercanía con los  que sufren. También tiene como objetivo sensibilizar al pueblo de Dios, a las instituciones sanitarias  y a la sociedad civil sobre una nueva forma de avanzar juntos.

La profecía de Ezequiel, citada al principio, contiene un juicio muy duro acerca de las prioridades de quienes ejercen el poder  económico, cultural y de gobierno sobre el pueblo: “Ustedes se alimentan con la leche, se visten con  la lana, sacrifican a las ovejas más gordas, y no apacientan el rebaño. No han fortalecido a la oveja  débil, no han curado a la enferma, no han vendado a la herida, no han hecho volver a la descarriada,  ni han buscado a la que estaba perdida. Al contrario, las han dominado con rigor y crueldad” (34,3- 4). La Palabra de Dios es siempre iluminadora y actual. 

No sólo en su denuncia, sino también en su  propuesta. De hecho, la conclusión de la parábola del buen samaritano nos sugiere cómo el  ejercicio de la fraternidad, iniciado por un encuentro de tú a tú, puede extenderse a un cuidado organizado.

La posada, el posadero, el dinero, la promesa de mantenerse mutuamente informados (cf.  Lc 10,34-35): todo esto nos hace pensar en el ministerio de los sacerdotes; en la labor de los agentes sanitarios y sociales; en el compromiso de los familiares y de los voluntarios, gracias a los cuales, cada  día, en todas las partes del mundo, el bien se opone al mal. 

Los años de la pandemia han aumentado nuestro sentimiento de gratitud hacia quienes trabajan cada día por la salud y la investigación. Pero, de una tragedia colectiva tan grande, no basta salir  honrando a unos héroes. El COVID-19 puso a dura prueba esta gran red de capacidades y de  solidaridad, y mostró los límites estructurales de los actuales sistemas de bienestar. Por tanto, es  necesario que la gratitud vaya acompañada de una búsqueda activa, en cada país, de estrategias y de recursos, para que a todos los seres humanos se les garantice el acceso a la asistencia y el derecho  fundamental a la salud. 

“Cuida de él” (Lc 10,35) es la recomendación del samaritano al posadero. Jesús nos lo repite  también a cada uno de nosotros, y al final nos exhorta: “Anda y haz tú lo mismo”. Como subrayé en  Fratelli tutti, “la parábola nos muestra con qué iniciativas se puede rehacer una comunidad a partir  de hombres y mujeres que hacen propia la fragilidad de los demás, que no dejan que se erija una  sociedad de exclusión, sino que se hacen prójimos y levantan y rehabilitan al caído, para que el bien  sea común” (n. 67). En realidad, “hemos sido hechos para la plenitud que sólo se alcanza en el amor.  No es una opción posible vivir indiferentes ante el dolor” (n. 68).  

El 11 de febrero de 2023, miremos también al Santuario de Lourdes como una profecía, una  lección que se encomienda a la Iglesia en el corazón de la modernidad. No vale solamente lo que  funciona, ni cuentan solamente los que producen. Las personas enfermas están en el centro del pueblo  de Dios, que avanza con ellos como profecía de una humanidad en la que todos son valiosos y nadie  debe ser descartado.  

Encomiendo a la intercesión de María, Salud de los enfermos, a cada uno de ustedes, que se  encuentran enfermos; a quienes se encargan de atenderlos —en el ámbito de la familia, con su trabajo,  en la investigación o en el voluntariado—; y a quienes están comprometidos en forjar vínculos  personales, eclesiales y civiles de fraternidad. A todos les envío cordialmente mi Bendición  Apostólica.  



 

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