Entrevista exclusiva con el misionero Christopher Hartley
El viaje ecuménico del Papa Francisco a Sudán del Sur es una oportunidad invaluable de abrir el camino de la paz y de mostrar que la unidad es posible en un pueblo desangrado por las guerras intestinas, por los conflictos religiosos y étnicos, y por la enorme corrupción de sus dirigentes.
La visita del papa Francisco junto con el arzobispo de Canterbury Justin Welby, primado de la Comunión Anglicana, y el pastor Iain Greenshields, moderador de la Asamblea General de la Iglesia de Escocia al país más joven del mundo, reviste una importancia histórica.
Aleteia ha entrevistado al misionero español Christopher Hartley quien, desde 2019 se ocupa de una misión estratégica para comprender la situación actual de Sudán del Sur y los alcances de este viaje ecuménico del papa Francisco: la Misión de Nandi, en la diócesis de Tombura-Yambio.
¿Qué importancia tiene el viaje ecuménico del Papa a esta región de África?
El viaje del santo padre Francisco a la República Democrática del Congo y, en el caso más personal mío, a Sudán del Sur, reviste una gran importancia. En primer lugar, porque es el Papa, sucesor de Pedro y cabeza visible de la unidad de la Iglesia, fundamento que confirma en la fe a los hermanos y, sobre todo, el que tiene la primacía del amor, que es el mandato que le da Jesús al apóstol Pedro. Es el amor el que le da la capacidad al apóstol Pedro para pastorear a las ovejas. Confirmar en la fe y hacer que el Evangelio llegue a los últimos rincones de la Tierra es la misión de los papas.
Y Sudán del Sur, tú lo has vivido, es en efecto uno de los últimos rincones a donde el Evangelio ha llegado, ¿no es así?
El Evangelio llegó hace relativamente poco tiempo a esas tierras tan sufridas. La división del Sudán en Sudán del Norte y Sudán del Sur está marcada por la diferencia religiosa. El Norte es totalmente musulmán y el Sur es cristiano. Es donde la obra del Evangelio se ha llevado a cabo, fundamentalmente y gracias a los misioneros combonianos, venidos de Verona, y los misioneros de la Mill Hill Society.
Cuando llegan los misioneros, Sudán pertenecía al Imperio Británico, por lo tanto, aprovechando el poder político y el poder militar, que hacía presente al Imperio en esas tierras, fue la comunión anglicana la que principalmente pudo entrar. Con muchas dificultades y con mucha oposición, tanto de los líderes religiosos como de las autoridades civiles y militares del Imperio, apenas les dejaron a los misioneros católicos, sobre todo italianos, penetrar en aquellas tierras.
En Sudán del Sur la fe católica llega en 1912 a un pueblito que se llama Mupoi donde se construye la primera Iglesia, el primer convento de religiosas de la rama femenina comboniana y donde establecen su noviciado. Actualmente, Mupoi pertenece a la diócesis de Tombura-Yambio, de donde soy párroco. Desde ahí se van extendiendo las misiones de los combonianos. Y así llega la tercera parroquia que es la mía, que se fundó en 1947 en el pueblo de Nandi.
¿Qué tuvo que suceder para que hubiese católicos en Sudán del Sur?
Había una presencia muy potente del Imperio Británico y por lo tanto de los anglicanos. Nunca permitieron que los misioneros pudieran establecer iglesias o comunidades o capillas en Yambio, por lo que se quedaron a las afueras. En realidad, hoy nuestro Seminario Menor de San José está donde los misioneros combonianos establecieron la primera capilla de Yambio, a las afueras de la ciudad, literalmente debajo de un árbol, que todavía existe.
Y hubo una situación providencial que fue que la mujer del gobernador era italiana, por lo tanto, católica, y fue ella la que abrió las puertas a la llegada de los misioneros y pudieran entrar en Yambio. Pero con dificultades. Los misioneros se establecen ahí, comienzan a misionar y es de tal fuerza la obra de la Iglesia católica que hoy en día un territorio que era, en su gran mayoría, anglicana, es católico.
¿Qué quieren decir los tres líderes religiosos de que se trata de un viaje ecuménico?
Un viaje ecuménico da a entender, claramente, que lo que había sido motivo de conflictos, de divisiones, de rechazos, ahora se puede dar un testimonio de cierta unidad. Obviamente, no estamos en plena comunión, no podemos celebrar la Eucaristía juntos, ni los demás sacramentos, pero sí podemos convivir pacíficamente, proclamamos la misma Palabra de Dios, amamos a Nuestro Señor Jesucristo y podemos hacerlo en fraternidad.
Ese es un testimonio en un país que está desangrado por tantas rupturas, por tantas divisiones por tanto conflictos; es un testimonio precioso de amistad, de fraternidad, de convivencia que, ciertamente, el país necesita como el desierto necesita el agua de la lluvia. Por eso, qué maravilla es que estos líderes religiosos se presenten como amigos, se presenten como hermanos; amistad y fraternidad que trascienden las barreras y proclaman un mismo deseo de ir construyendo la comunión, para que un día podamos todos sentarnos alrededor del mismo altar y celebrar el mismo santo sacrificio de la Eucaristía.
¿La guerra que partió al Sudán tenía aspectos religiosos?
La guerra espeluznante entre el Norte y el Sur de casi 30 años sí era una lucha por cuestiones religiosas entre el islam y el cristianismo. La crueldad del islam en la parte de Sudán del Sur, cuando ellos gobernaban el país completo, era espantosa. Una crueldad miserable la que ejercían los musulmanes sobre los cristianos. Cómo los oprimían o los expulsaban de sus propias tierras. Estaba prohibido, por ejemplo, que un trabajador cristiano, en su propia parcela, con el barro extraído de ella, fabricara ladrillos para construir su propia casa, si no era pagando un impuesto terrible al Norte, en Jartum. Eran completamente aborrecidos.
Téngase en cuenta que todas las estructuras políticas de Sudán eran todas de musulmanes. La opresión miserable a la que los musulmanes sometieron a los cristianos era vergonzosa e indigna. Fue la valentía de los cristianos la que logró expulsar al islam del sur. Si no hubieran sido tan aferrados a su fe católica o anglicana nunca hubieran podido expulsar al islam. De hecho, la expulsión del islam fue algo que unió a la comunión anglicana y a la Iglesia católica, porque tenían un enemigo común, que quería acabar con ellas.
¿Hay intereses políticos y económicos involucrados en estos conflictos?
Desde luego que los hay. Uno de los grandes problemas –lamentablemente es un problema cuando debería ser una solución—es que Sudán del Sur, siendo probablemente el país más pobre de la Tierra, es uno de los países más ricos del mundo. Lo único que tiene debajo de su suelo es oro, diamantes, metales preciosos y petróleo.
El problema es –es importante no culpar a la comunidad internacional de todos los males de los “pobrecitos pobres”—que se trata de un país espantosamente corrupto. Los políticos –que ahí son militares vestidos de civiles— tienen todo el poder.
Cuando el Papa se arrodilló en el Vaticano implorando por la paz y besó los pies del presidente y del vicepresidente de Sudán del Sur, Salva Kiir, de la etnia dinka, y Riek Machar, de la etnia nuer, sabía que ambos se odian a muerte, que pertenecen a etnias diferentes y lo que esos hombres han robado al país, junto con sus adláteres, sea en el ejército, sea en la política, es indescriptible.
Hace un momento decías que no hay que echarle toda la culpa de la pobreza de Sudán del Sur a la comunidad internacional. ¿Por qué lo piensas así?
Porque, junto con Etiopía y, quizá, la India, Sudán del Sur es el país al que Estados Unidos da más dinero para su desarrollo. Pero la mayor parte de las veces, el dinero se lo roban, desaparece. Se calcula en un billón de dólares lo que Estados Unidos da a Sudán del Sur anualmente. Pero no se ve por ningún lado. Por eso, sí que es importante que recordemos que estas luchas étnicas son las que destruyen al país. Son las que retrasan el progreso y el desarrollo.
La presencia de ongs y de diferentes organismos de la ONU poca fuerza van a tener mientras persistan estas luchas étnicas entre, sobre todo, los nuer y los dinkas en el Sur, donde yo estoy. Nada va a cambiar para bien, mientras la gente no sea capaz de trascender las luchas étnicas. Entender que son un solo país, un solo pueblo, y quizá un día una sola Iglesia en donde todos tengan un objetivo común que es el progreso de este maravilloso país.
¿Pero tú que has descubierto en su gente?
Lo que a todo visitante y a todo misionero conmueve es la maravillosa fe, la bondad, la grandeza de un pueblo tan pobre y tan sufrido. En nuestras selvas la gente no tiene medicinas ni energía eléctrica, no tiene agua corriente, no tiene nada. Lo que tienen es la fe. Piden que se les construyan iglesias y sean atendidos espiritualmente. El edificio que desean es su iglesia. Ellos lo dicen con toda claridad: “Sin Iglesia no somos más que animales”.
La maravilla de la vida cristiana en esas tierras es que uno ve que dos mil años después de que el Verbo se hizo carne, Jesucristo tenía razón: que los pobres son evangelizados y porque son evangelizados, son ellos los que nos evangelizan haciendo carne y vida el Evangelio y dando testimonio de que la presencia de Jesús en medio de ellos es su verdadero consuelo, su roca, su fortaleza. Están convencidos que Dios está acá, con ellos, que Dios camina los senderos que caminan ellos.
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