“Nosotros tenemos nuestra cosmovisión, nuestra forma de mirar el mundo que nos rodea. Y nos acerca más a Dios la naturaleza. Nos acerca a mirar el rostro de Dios en nuestra cultura, en nuestra vivencia, porque nosotros como indígenas vivimos la armonía con todos los seres que hay ahí… ¡No endurezcan el corazón, suavicen el corazón! Es lo que nos invita Jesús, que nosotros vivamos juntos, creamos en un solo Dios. Al finalizar todo ello vamos a estar unidos, y eso es lo que nosotros deseamos como indígenas. Tenemos nuestros ritos, sí, tenemos nuestros ritos, pero esos ritos deben incorporarse en el centro, que es Jesucristo”.
Uno de los testimonios más fuertes y vivaces entre los que escucharon los participantes en el Sínodo de los Obispos de la Amazonía, fue ofrecido por Delio Siticonatzi Camayteri, miembro del pueblo Ashaninca. Una vez más se comprobó aquello que el Papa Francisco ha enseñado muchas veces a través de su magisterio: salimos para anunciar el Evangelio y a estar cerca de los más pobres, de los descartados y de los indefensos, no para “llevar” algo, sino sobre todo para ser evangelizados, es decir, para encontrar el rostro del Dios de Jesucristo en los rostros de estos nuestros hermanos.
El documento final del Sínodo, fruto del discernimiento común de los obispos de la Amazonía y de otras partes del mundo reunidos en torno al Sucesor de Pedro, presenta el hilo conductor de una triple conversión: ecológica, cultural y sinodal. Una triple conversión para lograr una cuarta conversión, la pastoral, con el fin de proclamar con renovado celo misionero el Evangelio de Jesucristo en estas tierras. De hecho, en la base de estas cuatro conversiones -subraya el documento- está “la única conversión al Evangelio vivo, que es Jesucristo”.
Los dramas que viven en ese inmenso y poco poblado territorio, atravesado por ríos y rico en biodiversidad, definido en el documento como “corazón biológico” del planeta, son un ejemplo de los dramas que vivimos en esta época. El cambio climático, la deforestación, la rapaz depredación de los recursos, el abandono en que viven los pueblos indígenas, los desafíos que representa el crecimiento de las periferias de las metrópolis, las migraciones internas y externas, la violencia ejercida sobre los más débiles. Todo esto desafía a los cristianos y los llama a volver a sus responsabilidades.
Del documento final emerge claramente la necesidad de un cambio de ritmo, que jamás podrá ser el resultado de estrategias de marketing misionero o solo de nuevas estructuras eclesiales. Es necesario volver a la fuente, a ese “centro” testimoniado con pasión por Delio. La Amazonía necesita sobre todo la sobreabundancia de la gracia, de hombres y mujeres que aman a Jesús y lo descubren en los rostros, en los dramas, en las heridas de los pueblos olvidados y explotados.
Todo aquello que se ha sugerido en el texto entregado por los obispos al Papa, desde la creación de redes eclesiales para las comunidades amazónicas hasta el establecimiento de organismos específicos para reunir a los obispos de la región, desde la propuesta de nuevos ministerios laicales para mujeres que representan los verdaderos pilares de muchas comunidades hasta la invitación dirigida a las congregaciones religiosas para que envíen misioneros a esas tierras, la necesidad de inculturar mejor en la liturgia las tradiciones y lenguas de los pueblos originarios, hasta la propuesta de relanzar el diaconado permanente -estudiando también la posibilidad de llegar a la ordenación sacerdotal de los diáconos permanentes casados- encuentra su contexto y su luz en esa conversión que Francisco propuso desde el principio de su pontificado con la exhortación Evangelii gaudium.
El Sínodo, que concluye después de escuchar el grito de los pueblos amazónicos, no ha sido un encuentro “político”, sino un acontecimiento eclesial, de escucha del Espíritu Santo, para buscar nuevos caminos de evangelización, conscientes de que todo está conectado y de que para los cristianos el interés y la preocupación por la protección de los pobres y de los descartados, por el cuidado y la defensa de la creación que Dios ha confiado a los hombres, no es algo opcional, sino que brota del corazón de nuestra fe.
Finalmente, de este Sínodo surge una llamada a la unidad de toda la Iglesia, a caminar juntos, guiados por el Espíritu Santo. Es la llamada que viene de Delio, de los indígenas de la Amazonía: “No endurezcan sus corazones… Es lo que nos invita Jesús, que nosotros vivamos juntos… vamos a estar unidos… en el centro, que es Jesucristo”.
*Andrea Tornielli es el director editorial de los medios de comunicación del Vaticano
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