“En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros” (Jn 13,35). Es decir: lo que mostrará a los demás conductores que somos discípulos de Jesús no son las pegatinas en el parabrisas o el rosario colgado en el retrovisor, sino la forma en que nos comportamos detrás del volante. Por supuesto, no es necesario ser cristiano para conducir con seguridad y la caridad no sólo consiste en cumplir con el Código de Circulación, pero también forma parte de ella. ¿Qué significa amar a su hermano, cuando no dudamos en poner en peligro su vida saltando un semáforo en rojo o conduciendo alcoholizado, cuando insultamos al hermano en cuestión porque está haciendo una maniobra delicada o cuando ocupamos sin escrúpulos las plazas de aparcamiento reservadas para personas con discapacidad? “¿Por qué miras la paja que hay en el ojo de tu hermano y no ves la viga que está en el tuyo?” (Lc 6,41).
La oración va acompañada del respeto a los demás
Nuestro comportamiento en el auto debe ser parte de nuestro examen de conciencia y la luz del Espíritu Santo también nos es dada para iluminar este aspecto de nuestras vidas. “Hagan por lo demás lo que quieren que los hombres hagan por ustedes.” (Lc 6,31). Esta regla de oro tiene aplicaciones muy concretas en términos de circulación. Cuando conducimos por la ciudad, por ejemplo, pensemos en cómo queremos que se comporten los conductores cuando está en juego la seguridad de nuestros propios hijos. Lo que está en cuestión no es el miedo a la policía ni el deseo de conservar nuestra licencia, sino el respeto que debemos a todos los hombres. Conducir es asumir una responsabilidad que, aunque sea trivializada, no deja de ser grave. Y esta responsabilidad no es externa a nuestra vida espiritual: no podemos servir a Cristo y despreciar la seguridad de nuestro prójimo, orar seriamente y conducir con despreocupación.
“Porque allí donde tengan su tesoro, tendrán también su corazón.” (Lc 12,34). A menudo es difícil distinguir en realidad lo que es nuestro tesoro y admitir que nuestro corazón está un poco -o mucho- en cosas que sabemos que no valen la pena. Sin embargo, el coche o la motocicleta pueden ocupar mucho espacio en las preocupaciones y opciones financieras de los cristianos. Jesús fue claro: “Nadie puede servir a dos señores” (Mt 6,24). Dios o el dinero, Dios o el coche, hay que elegir. Los bienes materiales son medios, pero sabemos que siempre existe el riesgo de considerarlos como fines.
“Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor”
Los accidentes de tráfico son la principal causa de muerte... y no solo les pasa a los demás. Sin embargo, no se trata de permanecer prudentemente en casa y renunciar a las innumerables ventajas que nos ofrece el coche. Tampoco se trata de vivir en una angustia perpetua: “¿Quién de ustedes, por mucho que se inquiete, puede añadir un solo instante al tiempo de su vida?“. (Mt 6,27). Pero no tiene sentido negar la realidad: somos mortales, y nuestra vida en la tierra puede detenerse repentinamente, sin previo aviso, quizás esta noche o dentro de unos días. Así que estemos preparados. Ofrezcamos nuestras vidas al Señor ahora, digámosle ahora lo que nos gustaría decirle en la hora de nuestra muerte, confiemos sin demora en su misericordia. No nos hará morir antes, pero nos ayudará a poner nuestras vidas en la dirección correcta, hacia su objetivo final.
Christine Ponsard
Publicar un comentario