El único oratorio de Beethoven

Concluyendo el año dedicado al compositor alemán, recordamos su “Cristo en el Monte de los Olivos”

Un día como hoy, 16 de diciembre, pero de 1770 (hace exactamente 250 años) nacía en Bonn el célebre compositor Ludwig van Beethoven. En ocasión del aniversario, el año 2020 fue declarado “El Año Beethoven” y por tal razón nos hemos detenido en su repertorio de obras sacras –lamentablemente breve, por cierto– en el transcurso de los últimos meses.

Ya hemos recordado su Missa Solemnis op. 123 y su Misa en Do Mayor op. 80 En esta oportunidad nos detendremos en la restante obra sacra del compositor alemán, su único oratorio “Christus am Ölberge” (“Cristo en el Monte de los olivos”) op. 85, que fuera compuesto en 1802 sobre textos del libretista de ópera Franz Xaver Huber.


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El sufrimiento de Cristo y la pérdida de audición de Beethoven

Puede parecer intempestivo centrar nuestra atención en un oratorio que se refiere a los acontecimientos de Semana Santa, puesto que estamos en pleno Adviento. No obstante, nos excusamos no sólo en el aniversario del compositor, sino también en la oportunidad de vincular la festividad navideña con aquellos días en que Nuestro Señor llevó a término su misión por la cual justamente se hizo hombre.

El oratorio fue compuesto al parecer en apenas dos semanas y se estrenó en 1803. A partir de entonces se representó cada año hasta 1825, cuando fue prohibido. Beethoven de hecho no estaba muy entusiasmado con el libreto de Huber.

Sin embargo, dio a luz una composición con momentos muy destacables en los que notamos la carga emocional propia de su pluma. No han sido pocos los que incluso han observado un paralelo entre el sufrimiento de Cristo y la progresiva pérdida de la audición de Beethoven. Es una pena que la obra rara vez sea interpretada en la actualidad.

Seis grande partes para tres solistas

La obra está escrita para tres solistas (Jesús en la voz del tenor, el Serafín en la voz de soprano y Pedro en la voz de bajo), coro SATB y orquesta. Se divide en seis grandes partes (aunque el modo de dividirla suele variar), que narran a su vez tres episodios: la oración del Señor en el Monte de los Olivos, su arresto y la glorificación. Su duración promedio es de entre 45 y 55 minutos y creemos que vale la pena dedicarle ese tiempo.

Dejamos a disposición tres grabaciones distintas para que el lector-oyente pueda elegir la de su preferencia.

Video: Solo audio, en la memorable grabación de 1970 con Nicolai Gedda (Jesús), Christina Deutekom (Serafín) y Hans Sotin (Pedro), acompañados por la Bonn Orchester der Beethovenhalle bajo la batuta de Volker Wagenheim

Video: En concierto (Festival de Saint Denis en la Basílica-Catedral homónima, 11 de Junio del 2013). Pavol Breslik (Jesús), Julie Fuchs (Serafín), Konstantin Wolff (Pedro), con la Vokalakademie Berlin dirigida por Frank Markowitsch, y le Cercle de L’Harmonie bajo la dirección de Jérémie Rhorer. Una versión un poco más briosa que la anterior.

Video: Para los que quieran seguir la partitura, en versión de James King (Jesús), Elizabeth Harwood (Serafín), Franz Crass (Pedro) con el coro Wiener Singverein y la orquesta Wiener Symphoniker bajo la dirección de Bernhard Klee.

También ofrecemos el texto (en traducción de Mario Sanchez para kareol.es) junto a algunos breves comentarios con la intención de favorecer una mejor escucha cuando el lector la considere oportuna.

Parte 1

Consta de una introducción orquestal en la que el compositor deja en claro, desde el arpegio menor inicial, el tono dramático en cuya atmósfera sitúa los acontecimientos. Le sigue un angustiado recitativo de Jesús: “¡Jehová, Padre mío! Mándame consuelo y dame fuerza para resistir. Ya llega la hora de mis sufrimientos. Yo escogí encontrar esta hora antes de que el mundo, por tu mandato, fuera formado a partir del caos.

Escucho la tronante voz de tus serafines que lloran y llaman a aquel que, en lugar de la humanidad, estará delante de tu trono de Justicia. ¡Oh Padre, compareceré a tu llamada! Como mediador haré penitencia, yo solo, por los pecados de la humanidad. ¿Cómo puede esta raza, creada de polvo, soportar un juicio contra mí, tu Hijo, y mirar hacia el suelo? ¡Oh, mira, tengo miedo, la agonía de la muerte se apodera de mi corazón! Sufro grandemente, Padre mío. ¡Oh, mira cuánto sufro, ten piedad de mí!”

Nótese que el texto está inclinado a subrayar la humanidad de Cristo en esta hora tan difícil, como también lo hace el aria siguiente: “Mi alma está sacudida por el tormento que se cierne sobre mí. El miedo me agarra y tiembla todo mi cuerpo. Como un escalofrío, la angustia me sobrecoge, pues mi muerte se aproxima y la sangre brota de mi frente en vez de brotar sudor. Padre, de rodillas y con inmensa piedad tu Hijo te suplica. A tu poder todo es posible. ¡Aleja de mí este cáliz de dolor!”

Parte 2

Comienza con un recitativo de parte del Serafín, al que Beethoven da entrada con las cuerdas en ágil descenso. “¡Tiembla, tierra, el hijo de Jehová está postrado! Su rostro hundido en el polvo, completamente abandonado por su Padre y sufriendo una innombrable tortura. El santo ya está listo a sufrir una penosísima muerte.

Por ella, la Humanidad a la que ama, será librada de la muerte y vivirá eternamente” canta el ángel en el recitativo. A continuación interpreta su aria: “¡Alabad la bondad del Redentor! ¡Hombres, bendecid su gracia! Él muere de amor por vosotros, su sangre lavará vuestras culpas.” Finalmente al Serafín –que en una aligerada, exigente y quasi-mozartiana partitura, interpreta: “¡Oh, vosotros que triunfáis redimidos!

Seréis bienaventurados si permanecéis fieles en el amor, la fe y la esperanza. Pero de lo contrario, vuestra sangre será deshonrada y la inexorable justicia hará que la maldición sea vuestro destino”– se suma el Coro de Ángeles reiterando con solemnidad el texto.

Parte 3

Consta de un recitativo y un dúo. Jesús interroga: “Dame, serafín, tu palabra. ¿Ha tenido piedad de mí el Padre Celestial? ¿Alejara Él de mí, el terror de la muerte?”, a lo que el Serafín responde con dramatismo: “Esto dice Jehová: No será consumado el sagrado misterio de la expiación mientras el linaje humano esté privado y separado de la vida eterna.” Canta luego Jesús: “Carga el tremendo peso de tu juicio sobre mí, Padre mío. Arroja sobre mí una tormenta de angustia, pero no te enojes con los hijos de Adán.” Agrega el Serafín: “Temblando, veo al Salvador envuelto en la angustia de la muerte.

Me estremezco cuando siento soplar cerca de mí la visión de la muerte que Él siente.” Cantan luego a dúo: “Grandes son los tormentos que la mano de Dios lanza con fuerza sobre mí/él. Pero más grande aún es mi/su amor, con el que mi/su corazón abraza al mundo.” El oyente podrá notar cómo Beethoven ha sabido combinar momentos de tensión con un tono más melodioso según las exigencias del texto.

Parte 4

Comienza con un recitativo de Jesús: “¡Bienvenida seas, oh muerte! Yo, sobre la cruz ensangrentada, sufriré por la salvación del hombre. Bendito sea en su fría tumba, a quien le llegue el sueño eterno, pues se regocijará al despertar.” Luego se suma el Coro de Soldados: “Nosotros le hemos visto ir hacia ese monte. No podrá escapar al juicio que le espera.”

Parte 5

También comienza con un recitativo de Jesús, repitiendo el motivo de los soldados a los que hace referencia: “Esos que vienen a capturarme están casi arrastrándose. Padre mío, haz que pase rápidamente este tránsito. Las horas vuelan sobre mí tan rápido como las nubes, en tus cielos, son arrastradas por los vientos de la tormenta. Pero no sea mi voluntad, no, que sea la tuya.”

Canta luego el Coro de Soldados: “¡Aquí está él, el proscrito, el que se atreve a decirle a la gente que él es el Rey de los Judíos! ¡Apresadlo y amarradlo!” Finalmente aparece el atemorizado Coro de los Discípulos: “¿Qué significa ese ruido? ¡Oh, estamos perdidos! Crueles soldados nos rodean. Y ahora ¿qué nos sucederá? ¡Misericordia, oh, misericordia!” El compositor combina ambos coros con destreza operística.

Parte 6

La más extensa en cuanto a texto, comienza con un exaltato rectitativo de Pedro: “Estos osados bandidos, no te agarrarán, Señor. Mi amigo y maestro ¡no se irán sin castigo!”, a lo que responde calmadamente Jesús: “¡Oh, deja tu espada en su vaina! Si fuera la voluntad de mi Padre el salvarme del poder del enemigo, legiones de ángeles estarían preparadas para mi rescate.” Comienza luego el trío.

Pedro canta con brío “En mis venas se agita la justa cólera y el furor. Deja a mi fría venganza la sangre del insolente.” Jesús, por su parte, replica: “No debes practicar venganza, pues yo sólo te he enseñado el amor a la humanidad y el perdón del enemigo.” Subraya luego el Serafín:

“¡Prestad atención, hombres, y escuchad! Sólo la palabra de Dios expresa tantas santas enseñanzas de amor hacia el prójimo.” Jesús y el Serafín cantan luego a dúo: “¡Oh, humanidad, escuchad! Éste es un mensaje santo: amad a quienes os odian pues eso complacerá a Dios” y en trío se repiten las frases del texto ya citado, primeramente en actitudes contrapuestas (Pedro y Jesús), luego unificadamente con “¡Oh, humanidad, escucha! Este es un mensaje santo…”

Interviene entonces el Coro de Soldados: “¡Rápido, apresad al traidor! No perdamos el tiempo. Alejémonos con el pecador, ¡arrastrémoslo hasta la corte!” y el Coro de Discípulos exclama “¡Oh, por su causa también nosotros seremos odiados y perseguidos! Nos capturarán y seremos condenados al tormento y a la muerte.”

Jesús señala entonces: “Mi tormento pronto desaparecerá. La obra de la Redención se consumará. El poder del infierno está casi por completo conquistado y derrotado” alternándose con los coros masculinos. Sobre el final, manifestando su auténtico poder y gloria, queda Jesús cantando solo, permitiendo el cambio de tonalidad y anticipando la majestuosidad de la última pieza.

Finalmente el Coro de Ángeles, introducido por una gloriosa orquestación, entona, en la que es seguramente la pieza más célebre de toda la obra, el “maestoso” Welten singen: “¡Que todos los mundos entonen loas al Salvador, al Hijo de Dios! ¡Alabadle, coros de ángeles, con algarabía y santo júbilo!”

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