Don Orione, como popularmente se le conoce, nació en Italia en 1872. En su adolescencia fue alumno de San Juan Bosco en el Oratorio de Valdocco de Turín. “Nosotros siempre seremos amigos”, le dijo alguna vez Don Bosco al joven.
Más adelante ingresó al seminario de Tortona y abrió un oratorio en el que se ocuparía personalmente de cuidar la educación cristiana de los jóvenes. Luego, con solo 21 años, fundó una escuela para chicos pobres en el barrio de San Bernardino.
En 1895 fue ordenado sacerdote y celebró su primera Misa rodeado de los muchachos a quienes servía. Con el tiempo, extendió su obra pastoral con nuevas casas en diversas partes de Italia. Poco a poco, se le fueron uniendo más clérigos y sacerdotes. Luis, mientras tanto, se dedicaba principalmente a la enseñanza, la predicación, y a visitar familias pobres o a los enfermos.
En 1903, el Obispo de Tortona le otorgó el reconocimiento canónico a la comunidad que Luis fundó, los Hijos de la Divina Providencia (en ese momento estaba integrada por sacerdotes, hermanos coadjutores y ermitaños) así como a la congregación masculina de la Pequeña Obra de la Divina Providencia, dedicada a fomentar el encuentro del pueblo con el Señor en la celebración de la Eucaristía. Además de promover que los fieles, desde pequeños, salgan al encuentro de Dios, animaba a que estos asistan a la Iglesia y al Papa mediante las obras de caridad.
San Luis Orione trabajó activamente a favor de la unidad de la Iglesia y la cristianización de los trabajadores. Socorrió heroicamente, junto a sus hermanos, a los damnificados del terremoto de 1908, en el que murieron 90 mil personas.
Por si fuera poco, su obra fundacional no se detuvo: fundó la Congregación de las Pequeñas Hermanas Misioneras de la Caridad, las Hermanas Adoratrices Sacramentinas Invidentes y, posteriormente, a las Contemplativas de Jesús Crucificado. La fuerza con la que Don Orione trabajaba para extender el Reino parecía incontenible. También trabajó muchísimo con el laicado: organizó las Asociaciones de Damas de la Divina Providencia, los grupos de ex alumnos y los Amigos de sus obras pastorales. A través de estas organizaciones fue tomando cuerpo la idea de lo que finalmente sería el Instituto Secular Orionino y el Movimiento Laical Orionino.
Acabada la primera Guerra Mundial, su obra cobró un impulso aún mayor, aumentando el número de escuelas, colegios y obras caritativas. Al tiempo que nuevas necesidades se iban presentando. Por ejemplo, creó los “Pequeños Cottolengos” en los que se atendía a los abandonados o desplazados de las grandes ciudades.
Envió varias expediciones misioneras a diversas partes del mundo, viajando incluso él mismo a países de América Latina como Argentina, Brasil, Uruguay y Chile. Gozó de la estima de los Papas San Pío X, Benedicto XV, Pío XI y Pío XII, quienes le encomendaron tareas específicas dentro y fuera de la iglesia, a lo largo de muchos años.
Construyó los santuarios de la Virgen de la Guardia en Tortona y de la Virgen de Caravaggio en Funo. Rodeado del cariño de sus religiosos, partió a la Casa del Padre el 12 de marzo de 1940. Antes de dar su último aliento suspiró: “¡Jesús!, ¡Jesús! Voy…”
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