Lo que todos los padres pueden aprender de San José

San José recuerda a todos los padres que, si bien es importante prever, organizar, gestionar los negocios “como un buen padre de familia”, también hay que saber renunciar a todos esos bonitos proyectos para vivir la voluntad de Dios

Aunque la historia de San José sea completamente excepcional, podemos con toda justicia tomarlo como modelo para todos los padres de familia.

En la Sagrada Familia, en efecto, «José es el padre: su paternidad no se desprende de la generación; y sin embargo, no es ‘aparente’ o solamente ‘substitutiva’. Sino que posee plenamente la autenticidad de la paternidad humana, del papel de padre en la familia» (Exhortación apostólica Redemptoris Custos, San Juan Pablo II, 15 de Agosto de 1989, § 21).

José es un verdadero padre: incluso si Jesús ha sido concebido por el Espíritu Santo, y no por la unión conyugal entre María y José, no por ello es menos cierto que José no es un remedo de padre, una apariencia de padre.

Verdadero padre

San Juan Pablo II nos recuerda que esta paternidad bien real es “una consecuencia de la unión hipostática: la humanidad asumida en la unidad de la Persona divina del Verbo-Hijo, Jesucristo. Con la humanidad también es “asumido” en Cristo todo lo que es humano y, en particular, la familia, primera dimensión de su existencia en la tierra. En este contexto también es “asumida” la paternidad humana de José”.

Por otro lado, María, la misma, que sabe, cómo no, mejor que nadie que Jesús ha sido concebido por el Espíritu Santo, habla de José diciendo: “Tu padre” (Luc 2, 48). “No es una frase de conveniencia: lo que dice la Madre de Jesús muestra toda la realidad de la Encarnación, que pertenece al misterio de la Familia de Nazaret”, subraya San Juan Pablo II.

José ha ejercido plenamente ante Jesús su misión de educador. Él “tenía la alta tarea de criar, es decir, de nutrir a Jesús, de vestirlo y de enseñarle la Ley y un oficio, conforme a los deberes que corresponden al padre, precisa San Juan Pablo II. Se trata, aquí también, de un aspecto muy importante del misterio de la Encarnación: siendo plenamente Dios, Jesús sin embargo no fingió ser un hombre. Verdaderamente tuvo que pasar por las etapas de crecimiento de todo ser humano: Él creció realmente “en sabiduría, en talla y en gracia” (Luc 2, 52).

Está disponible para la voluntad de Dios

Padre de un niño excepcional, San José no se creyó creído dispensado sin embargo de la misión educativa que le correspondía. José está disponible para voluntad de Dios: ya se trate de acoger en su casa a María, su esposa, que está embarazada, de hacer frente al nacimiento de Jesús, en condiciones como mínimo poco confortables; o de huir para escapar de la locura asesina de Herodes, San José acoge el imprevisto, lo incomprensible, con un corazón apacible.

Él recuerda a todos los padres que es importante la previsión, la organización, la gestión de los asuntos “como buen padre de familia”. Hay que saber renunciar a todos aquellos bellos proyectos para seguir la voluntad de Dios, por muy desconcertante que ésta sea. Y no inquietarse nunca porque Dios conoce mejor que nadie la necesidad de cada familia.

Nos enseña que el trabajo es una expresión del amor

José es un trabajador: nos enseña que el trabajo es (o debería ser) una expresión del amor. Entre todo lo que José enseñó a Jesús “una virtud tuvo un papel importante: la conciencia profesional”, explica San Juan Pablo II. San José santificó el trabajo, más que nadie. Nos repite que el valor de un trabajo no se mide por el dinero que reporta sino por el amor que se invierte en realizarlo.

Y nadie duda de que él, que tuvo la alegría de ejercer un trabajo y el orgullo de enseñarlo a su hijo, está particularmente cerca de la angustia de los padres de familia privados de trabajo, que sienten dolorosamente la humillación del paro y la angustia de los días de mañana inciertos.

Recuerda que basta con hacer su deber apoyándose totalmente en Dios

José es humilde: no se enorgullece de haber sido elegido para ser el padre del Hijo de Dios, pero no se refugia tampoco detrás de una pretendida “indignidad”. Él habría podido sentirse aplastado por la tarea que le incumbía, rechazarla diciendo: “no soy capaz”. Pero José no se volvió hacia él mismo, él no se apoyó sobre sus propias fuerzas: él espera todo de Dios.

Hace lo que Dios le pide, confiando plenamente. No tiene “complejos” frente a Jesús: desempeña su papel de padre, con autoridad, porque es la que le corresponde. Nos recuerda que basta con cumplir su deber, muy humildemente, muy simplemente, cada día. Sin inquietarse por sus propios límites, pero apoyándose completamente en Dios. Él invita a los padres a ocupar su sitio de padres, sin timidez, sin complejos, porque es la que Dios les ha confiado.

Christine Ponsard


JOSEPH

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