De Cristo mártir a Cristo triunfante, Cristo siempre en majestad

Con el reinado de Constantino, que consagra el fin de las persecuciones de los cristianos con el edicto de Milán del 313 y su conversión a la nueva religión, la iconografía sufre un profundo cambio.

El reconocimiento oficial por parte del imperio de la nueva fe produjo así notables transformaciones en el arte cristiano primitivo. Junto a la Cruz Triunfal, las representaciones de Cristo recibiendo una corona de laurel subrayan la dimensión triunfal heredada de los emperadores del Salvador, que sin embargo fue crucificado según el infame suplicio romano.

Esta idea de victoria suprema sobre la muerte es, por tanto, más esencial que los diferentes episodios de la Pasión. Este triunfo absoluto sobre la muerte ahora decora muchos sarcófagos de cristianos enterrados bajo estos auspicios de esperanza

Cristo de la Majestad

La obra emblemática del arte paleocristiano, el conocido sarcófago del senador romano Junio ​​Bajo de Letrán, ofrece la ilustración más esclarecedora de esta evolución.

Esta alta figura del imperio convertido al cristianismo está enterrada en un sarcófago que ha pasado a la posteridad en la historia del arte por sus representaciones de Cristo en Majestad. Grabado en sus tres lados, este imponente monumento funerario de tipo anatolio está decorado con diez nichos.

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Tesoro de San Pedro. Sarcófago de Guinio Basso

I, Sailko, CC BY-SA 3.0, via Wikimedia Commons

Entre las diversas escenas del Antiguo y Nuevo Testamento está la de Cristo en la gloria, reinando sobre un trono de manera soberana, como los emperadores romanos. Esta evolución será determinante para los siglos venideros que anuncian las representaciones de Cristo Pantocrátor (todopoderoso) de la época bizantina.

La propia persona de Cristo ocupa el lugar central de la obra, subrayando así el nuevo simbolismo que transmite el arte de este período, ya muy alejado de las primeras evocaciones de las catacumbas…

La religión oficial del imperio

El emperador Teodosio por el edicto de Tesalónica del 28 de febrero de 380 hizo del cristianismo la única religión del imperio. Completando así la obra de Constantino, el poder político y religioso combinaron su fuerza, fundando la fe en Cristo la soberanía del emperador. Esta evolución decisiva se refleja así en una alianza de motivos religiosos y profanos, particularmente en los mosaicos que adornan las basílicas donde dominan con fuerza.

La famosa frase pronunciada por Cristo Et Tibi dabo claves… (Os daré las llaves del reino de los cielos) recordada por Mateo (Mt 16, 19) en su Evangelio acompaña a la de la entrega de la Ley en la basílica romana de Santa Constanza. Estos mosaicos ganarán aún más solemnidad con el tiempo en la evocación de Cristo, haciendo que el hijo de Dios ya no sea un médico maestro o un pastor sino el Señor Todopoderoso cuya majestad se consagra en lo sucesivo en las obras de arte más importantes.

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