Cinco razones por las que las comunidades religiosas deben hacer deporte

Una cosa es hacer ejercicio, que es sano, y otra mucho más completa es hacer deporte. El Papa Francisco insiste en que es “una riquísima fuente de valores y virtudes que nos ayudan a mejorar como personas”. Practicar deportes colectivos en las comunidades religiosas es un instrumento de crecimiento, encuentro, formación, misión y santificación

Siempre han llamado la atención las imágenes de religiosos practicando deportes. Incluso durante el confinamiento han saltado a los telediarios imágenes de monjas jugando con alegría al baloncesto (como las del convento de San Leandro en Sevilla). O las de la congregación de María Stella Matutina de Bergara, en Guipúzcoa, jugando al voleibol con una red improvisada.

Pero no son los únicos. Son muy frecuentes este tipo de actividades, como los partidos de fútbol en algunos seminarios, y la Iglesia invita a las comunidades a practicarlos.

No son simples actividades de tiempo libre, son mucho más, como recuerda el documento “Dar lo mejor de uno mismo”, elaborado por el Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida. ¿Qué aporta el deporte a las comunidades religiosas?:

1Espacio de encuentro

La convivencia en comunidad requiere de conocimiento del otro. El deporte es una actividad que permite conocerse mejor y añade un valor, el de sentimiento de grupo, lo que comúnmente se llama “hacer piña”.

Se convierte en un tiempo que acerca a personas de diferentes procedencias, culturas, caracteres. Es, al fin y al cabo, un encuentro entre hermanos en torno a un mismo objetivo y una misma ilusión.

La vida en comunidad religiosa es precisamente eso, “vivir en encuentro”. Como incide el citado documento, “esto nos ayuda a rechazar la idea de conquistar un objetivo centrándose exclusivamente en sí mismos”.

Ese compromiso de todos los que juegan en equipo hacer que con su compromiso vean que es posible “dar lo mejor de uno mismo”. “Todo esto hace del deporte un catalizador de experiencias de comunidad, de familia humana”.

2Vehículo de formación

El deporte requiere de disciplina, y disciplinar el cuerpo encamina a la disciplina interior, que es la espiritualidad. Además, la práctica del deporte despierta muchas emociones. Una de ellas, que se ve nítidamente en el deporte profesional, es la admiración.

Por ello, el Papa insiste en que hay que convertir el deporte en inspiración. Independientemente de la edad a la que se practique, el deporte se debe convertir en “un ejemplo de virtudes como la generosidad, la humildad, el sacrificio, la constancia y la alegría”.

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Laiotz | Shutterstock

Pero la formación también debe ser como grupo: “debieran dar su contribución en lo que respecta al espíritu de grupo, el respeto, un sano desafío y la solidaridad con los demás”.

3Medio de Misión

El deporte es un medio de misión, un espacio para desarrollar la alegría del cristiano y ser mensajero de la Buena Noticia. Pero además es una manera extraordinaria para que cada miembro de una comunidad conozca su misión específica, su rol en la comunidad, su papel.

En la cancha, cada miembro de un equipo debe conocer su función, y de que la haga bien depende el éxito del equipo. En la comunidad religiosa, cada miembro tiene también su función, sus encargos, y debe aceptarlos con alegría para sumar en conjunto.

Cada uno debe descubrir su lugar en el campo de juego, y también en la congregación. Al final, se pone la habilidad particular y el esfuerzo al servicio del equipo para que el conjunto sobresalga.

4Medio de santificación

“Dar lo mejor de sí es, también, una llamada a aspirar a la santidad”, dice el documento sobre el deporte, que reitera que esta actividad “es central el ser humano, hecho de cuerpo y espíritu”.

El deporte además enriquece la fe, forja la voluntad y permite también profundizar en la vida espiritual, en un proceso similar al del deporte: “igual que cuanto más ejercicio haces, más resiste tu cuerpo; cuanta más oración haces, cada vez rezas mejor”, resume el padre Francisco Sánchez, vicario de Nuestra Señora de la Paz y deportista.

La competitividad, la búsqueda de un objetivo colectivo, la competitividad lleva en ocasiones a disputas deportivas, a tensiones. Se convierte por tanto en un espacio ideal donde se aprende el perdón y la reconciliación, a superar rencores.

Y como se suele decir en entornos deportivos, “las disputas se quedan en la cancha”. Es una buena escuela para extrapolarlo a la vida comunitaria.

5Lugar de crecimiento

El deporte colectivo es un tiempo de crecimiento en valores y virtudes como el trabajo y la solidaridad. Además, cuando uno da lo mejor de uno mismo en un entorno común, pone sus talentos al servicio de los demás. No sólo como algo funcional, también como un tesoro para compartirlo con los demás.

Los miembros de la comunidad que le acompañan en el equipo, e incluso los rivales (en el juego), pueden aprender de esos talentos. Se sale de lo individualista para enriquecer la comunidad.


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