Falleció en Buenos Aires Myriam Dawidowicz de Kesler, superviviente del Holocausto. Tenía 91 años, y una increíble historia de vida
Calló durante 50 años hasta que, después de ser testigo de que el horror que vivió de niña no había desaparecido, pudo revelarla al mundo. Dedicó gran parte de sus últimos años a alentar a jóvenes argentinos a apostar a la paz y la fraternidad.
Nacida en Bélgica, Myriam recordaba que conoció lo que era una guerra a los 9 años, cuando en una actividad juvenil judía en su país natal se topó con tres huérfanos de la Guerra Civil española. Ahí conoció la crueldad de la guerra en circunstancias que pronto le tocaría encarnar.
Con el advenimiento de los nazis, huyó con su familia a Francia. Pasaron hambre, mucha hambre recordaba siempre. Sus documentos estaban marcados con tinta roja y la palabra “judíos”. Pero ante el desprecio oficial, y el horror que acechaba en una huida que obligó a varias mudanzas dentro de Francia, se topaban con una ayuda desinteresada de muchos que se arriesgaban por ayudarlos, incluso sin ser judíos.
No volvió a ver a su padre
Durante un tiempo, los protegía la condición de ex combatiente de su padre. Dos noches pasó en un campo de concentración junto con su madre, ya que por entonces una efímera ley les permitió recuperar la libertad en reconocimiento a la entrega de su papá. Pero él, un par de meses después, no corrió la misma suerte.
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Y no volvió a verlo. Junto con otros militares ex combatientes, fue llevado con el uniforme militar puesto que otrora lo protegía. Su padre tenía 38 años y ella 13. Durante una semana les escribió cartas con “pedacitos de papel”. “Mañana 6 de marzo (del 1943) nos mandan a un destino desconocido. Lamento haber llevado bagajes que no sirven para nada”, decía el último mensaje enviado a un amigo.
53 años lo buscaron. Hasta que en París, con la información compartida, pudo ver el nombre de su padre en una lista. Su destino final habría sido el campo de Majdanek.
Tras el fin de la guerra, Myriam regresó a Bruselas con su madre, pero su casa había sido bombardeada. Empezaron de cero, y cuando la ley argentina se los permitió, migraron al país sudamericano.
Durante años, no habló de lo ocurrido. Solo después del atentado contra la AMIA en 1994, el mayor atentado contra un blanco judío fuera de Israel desde la segunda guerra mundial, relató su historia, oculta entonces hasta para sus propios hijos. Y no se calló más.
Combatir el odio
Gracias a los buenos oficios de fundaciones como la Raoul Wallenberg o la Konrad Adenauer, entre otras, esta gran mujer compartió su memoria con cientos de alumnos de colegios y universidades, tanto de la colectividad judía como de fundación cristiana y laicos. Alentaba a los jóvenes a siempre buscar la paz, a ser generosos los unos con los otros, a evitar las venganzas pero a no dejarse pisar en sus derechos ni claudicar en la defensa de su dignidad.
Sobrevivió al horror, y cuando fue testigo nuevamente de las consecuencias del odio en Buenos Aires, dedicó sus últimos años a combatirlo.
Su testimonio es recogido en numerosos libros, entre otros, “Memoria, voces de sabiduría y esperanza. Historias de sobrevivientes de la Shoá en la Argentina”, editado por Editorial Paulinas y la Fundación San Egidio. Durante la presentación de ese libro, evocaba el periodista Jorge Rouillon en una reseña para La Nación de febrero de 2006, Kesler reconoció la valentía del cardenal Antonio Quarracino, quien, como recordaba, “dejó en la Catedral de Buenos Aires un mural con documentos rescatados de los guetos y de los campos de concentración. Allí está el libro de oraciones pascuales de mi papá”. “No tengo nada, no tengo tumba, no tengo la fecha de su muerte. Voy a la Catedral para mirar el libro”, reconoció durante ese acto en la Universidad Católica Argentina.
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Compromiso con la comunidad judía
Kesler donó para ese memorial un ejemplar de la Hagada de Pesaj, exhibido junto con hojas de libros de rezo halladas en Auschwitz, Treblinka y el gueto de Varsovia, además de una partitura de la oración judía por los muertos y las tapas de dos libros hallados entre los escombros de la AMIA y la Embajada de Israel en Buenos Aires, destruida por manos terroristas en 1992, dos años antes de la AMIA.
Quarraccino pidió que ese memorial lo acompañe en la capilla en la que descansen sus restos. Tal era su compromiso con la comunidad judía que poco antes de morir escribió a Baruj Tenembaum, presidente de la Fundación Internacional Raoul Wallenberg: “No dudo que mi actual arzobispo coadjutor, Monseñor Jorge Bergoglio, llegado el momento de sucederme, recorrerá el mismo camino de reconciliación y fraternidad con nuestros hermanos mayores”. Así fue.
Murió una gran mujer que durante 25 años relató lo que durante 50 no pudo. Con su testimonio entre los más jóvenes demostró que, como dijo el Papa Francisco, sucesor de Quarracino en Buenos Aires, “recordar es una expresión de humanidad. Recordar es un signo de civilización. El recordar es condición para un futuro mejor de paz y fraternidad”.
En ese espíritu vivió y murió Myriam Dawidowicsz de Kesler.
Kesler con el Papa honrando al cardenal Quarracino
En este video, que recuerda el traslado del memorial a la capilla en la que descansan los restos del Cardenal Quarracino, se puede ver al entonces Arzobispo de Buenos Aires monseñor Jorge Bergoglio presidiendo un acto en el que Myriam Kesler deposita una piedra en la tumba del difunto purpurado, señal de respeto y afecto del pueblo judío.
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