Lo que vale es la verdad de los gestos, de las palabras y las obras, la verdad de las decisiones, de los errores y los aciertos...
A veces no sé bien lo que es mejor o lo que es peor. Una vida larga y fecunda o una vida corta y llena de sentido. Una vida demasiado corta, en la que apenas da tiempo a vivir o una vida excesivamente larga y sin sentido.
Tampoco sé muy bien el peso de otras vidas en mi propia vida. Ni entiendo esa muerte que llega y cambia mis pasos de repente, tal vez demasiado pronto.
No puedo ver con los ojos de Dios y parece que los míos son torpes para entender la vida.
¿Y si hubiera…?
En una película un terapeuta le pedía a un hombre ya casado que pensara varias opciones posibles para su vida suponiendo que su padre no hubiera muerto cuando él era adolescente. El protagonista da dos versiones. Interpreta lo que podría haber pasado en su propia vida estando su padre presente.
En una opción todo sale perfecto, mejor que ahora. La presencia de su padre hace que la vida ahora para él sea mucho plena. En la otra posible realidad las cosas salen peor incluso estando su padre presente.
Me pareció muy fuerte e intensa la propuesta. Muchos posibles imposibles se hacían realidad en la pantalla. Sabía que no era real, pero ahí estaban mostrando algo inexistente.
A menudo me planteo esos posibles imposibles en mi vida. ¿Qué hubiera pasado si no hubiera tomado esa decisión y hubiera seguido otro camino? ¿Qué hubiera pasado si mi madre hubiera muerto siendo yo todavía joven o al nacer? ¿Habría sido mi vida mejor o peor?
Son preguntas sin respuesta. Algo habría cambiado, seguro. Habría sido una vida diferente, ni mejor, ni peor. Nada reemplaza a la vida que ahora vivo.
Lo que sucede es que a lo mejor me cuesta aceptar simplemente la vida en su verdad tal y como es. Y me gusta imaginar qué hubiera sido de mí si las circunstancias hubieran cambiado, si las decisiones hubieran sido otras, si hubieran estado presentes otras personas.
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Lo que queda es lo real
Pero son posibles inútiles que sólo pueden atormentarme o bloquearme en mi intento por ser feliz y hacer la voluntad de Dios en mi camino.
Lo único que queda después de muchos pensamientos y sueños es lo real, lo que toco, lo que hoy es, lo que ha sido, no lo que podría haber sido.
Aun así me doy cuenta del peso que tiene una vida en las personas que la rodean. Mi presencia o mi ausencia en un lugar y en un momento determinado afecta a muchas personas.
Si no estoy donde antes estaba o si estoy donde ahora vivo, habrá un vacío o una presencia. Eso es lo real. Si estoy en un lugar habrá una influencia sobre otros, positiva o negativa, eso depende de mí.
El peso de mi realidad es irrefutable. El peso de la realidad de las personas que entretejen sus vidas con la mía, no lo puedo negar. Todo importa, todo influye en el camino que recorro.
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Y al mismo tiempo esos posibles imposibles no tienen tanta fuerza. La vida hubiera sido distinta, mi camino, mis decisiones, pero lo que queda al final es lo que hay y el pasado no puedo cambiarlo. Puedo, eso sí, intentar no repetir lo que salió mal y tratar de hacer bien lo que está en mi mano.
Vidas imperfectas, pero plenas
Me gusta pensar que una vida no vale más por el número de años que acumula. Los años no dan valor a la vida, simplemente son un aspecto más de la misma.
Una vida es bella, honda y fecunda sin importar el número de años vividos, gastados, o entregados. No se mide en años, sino en verdad.
En la verdad de los gestos, de las palabras y las obras. En la verdad de las decisiones, de los errores y los aciertos. No se mide la vida por su perfección, porque no hay vidas más perfectas que otras.
Simplemente hay vidas felices y logradas, aunque no tengan todos los años que hubieran podido tener. Hay vidas plenas y llenas de paz aun siendo imperfectas, aun habiendo errores y pecados.
Decido mirar mi vida sobre la palma de mi mano. Acariciar los años caídos, esos que he vivido. Acariciar los miedos y las pasiones desordenadas. Sostener las miradas de asombro ante los días que enfrento. Levantar el desánimo que en ocasiones me hacen sentirme inútil.
Ver la belleza
Un paisaje cubierto de nieve es mi propia vida. Es bello un bosque con nieve, y un edificio. Incluso una calle sin gracia con la nieve parece una calle preciosa.
Será así con mi vida si la dejo que la cubra la gracia de Dios, su amor me sostiene y levanta todas mis ansiedades y torpezas. La nieve viste de belleza el barro.
También puede tornarse una tortura si me impide hacer mi vida normal. Lo bello puede hacer que todo se complique. Puedo ver sólo la belleza. O puedo centrarme en la incomodidad que implica. De mí depende, de mi mirada.
En mi vida hay nieve que me embellece. Y yo puedo agradecer mirando la nieve y pensando.
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