Don Bosco nació el 16 de agosto de 1815 en I Becchi, Castelnuovo, Piemonte (Italia). Cuando tenía tan solo dos años, su padre murió, y fue su madre, la Sierva de Dios Margarita Occhiena, la que tendría que encargarse de él y sus hermanos.
A los nueve años, el pequeño Juan tuvo un sueño en el que vio una multitud de niños que peleaban entre ellos y blasfemaban. Él trató de hacerlos callar a golpes, pero de pronto apareció Jesús y le dijo que debía ganarse la confianza de los muchachos con mansedumbre y caridad. A continuación, el mismo Cristo le mostró a quien sería su maestra en esa tarea: la Virgen María. Entonces, la Madre de Dios -María Auxiliadora- le indicó que mire hacia donde estaban los muchachos. Lo que vio esta vez fue a un grupo de animales salvajes que empezaron a transformarse en mansos corderos. En ese momento, la Virgen le susurró estas palabras: “A su tiempo lo comprenderás todo”.
Poco a poco fue creciendo en Juan un gran interés por los estudios, así como el deseo de ser sacerdote. Juan soñaba con ayudar a esos niños abandonados que no iban a la escuela.
En la medida en que el joven Juan crecía en la vida espiritual, en esa medida aumentaba el deseo de aprender cosas para aconsejar a los pequeños. No obstante, para lograr realizar sus sueños, tuvo que pasar por momentos difíciles. A veces se veía obligado a estar lejos de casa por algún trabajo temporal, o a pasar largas horas desempeñando algún oficio. Sin embargo, eso que por momentos parecía penoso o duro, empezó a transformarse ante sus ojos. Juan estaba aprendiendo muchas cosas a través del trabajo. Sin saberlo, estaba aprendiendo las cosas que enseñaría en el futuro a sus muchachos, esas que ayudarían a que cada uno gane su sustento.
Inicialmente, Juan se sintió atraído por la vida de los franciscanos pero finalmente decidió ingresar al seminario diocesano de Chieri. En ese lugar conoció a San José Cafasso, quien le mostró las prisiones y los barrios pobres donde había muchos jóvenes necesitados.
Juan recibió el Orden Sacerdotal en 1841 y poco después abrió un oratorio para niños de la calle, bajo el patronazgo de San Francisco de Sales. El oratorio fue un éxito: se convirtió en lugar de encuentro, juego y oración para cientos de niños. Al principio, esta obra no contaba con un lugar propio y estable, hasta que Don Bosco encontró uno en el barrio periférico de Valdocco. Ese sería el inicio de una hermosa aventura: la del trabajo permanente por acompañar en la fe y formar humanamente a la niñez y la juventud. Don Bosco trabajó incansablemente en ese propósito, y no hubo enfermedad o cansancio que lo detuviese por mucho tiempo. Don Bosco había prometido dar hasta el último aliento por los jóvenes y eso fue lo que hizo.
Con el transcurso de los años, San Juan Bosco se entregó de lleno a consolidar y extender su obra. Brindó alojamiento a chicos abandonados, ofreció talleres de aprendizaje y, a pesar de sus limitaciones económicas, construyó una iglesia en honor a San Francisco de Sales, el santo de la amabilidad.
En 1859 fundó la Congregación Salesiana con un grupo de jóvenes entusiasmados con la misión que la Virgen le había trazado a Don Bosco, y que habían crecido inspirados por su carisma y fortaleza. Más adelante fundaría a las Hijas de María Auxiliadora junto a Santa María Mazzarello. Luego vendrían los Salesianos Cooperadores y otras organizaciones con las que compondría la gran Familia Salesiana. Con las donaciones de sus cooperadores, logró financiar la construcción de la Basílica de María Auxiliadora de Turín y la Basílica del Sagrado Corazón en la ciudad de Roma.
San Juan Bosco partió a la Casa del Padre el 31 de enero de 1888, día en que la Iglesia celebra su fiesta. Su vida fue una entrega total a Jesús y a la Virgen a través de sus queridos jóvenes. Y fue la demostración, en los hechos, de aquellas palabras que alguna vez dijo al más querido de sus alumnos, el pequeño Santo Domingo Savio: “Aquí hacemos consistir la santidad en estar siempre alegres”.
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