El escritor Claudio de Castro ofrece una necesaria reflexión a raíz de dos experiencias vividas a la puerta de su casa
No se pierda esta Misa internacional para aquellos que necesitan sanación. Llevaremos sus intenciones al altar – sin coste.
Recuerdo mis veranos en la casa de madera de mi abuela, en San José, Costa Rica. En ocasiones me enviaban a la panadería. Y me gustaba ver en el camino aquellos cartones gastados, pegados en el dintel de algunas puertas con este texto: «Somos católicos».
¿Tienes uno de esos bellos letreros en casa? Mándanos una foto, nos encantaría verlo.
Te comparto el que mi esposa Vida le encargó a su hermana Alma, quien vive en Igualada, España.
Es un poco diferente, pero queríamos honrar a nuestra bella Madre del cielo, la Inmaculada Concepción y siempre Virgen María. Lo pegamos juntos Vida y yo, al lado de la puerta principal.
Dame un minuto… Tomé esta foto para ti.
Claudio de Castro
En la puerta de casa
Seguro te has preguntado el motivo de esta introducción, te explico. He tenido dos vivencias curiosas e interesantes en torno a la imagen de este mosaico español en el que lees «Ave María».
Cierta mañana tocaron el timbre de la casa. Bajé a ver quién era y me encontré un grupo de damas muy elegantes, sosteniendo bajo el brazo una Biblia, protegidas del sol por paraguas multicolores.
No eran católicos. Me llamó la atención y me pregunté si como católico estaría dispuesto a hacer algo similar. Se dio esta conversación:
—Buenas, venimos a darle a conocer la verdad, por medio de las Sagradas Escrituras. Nos gustaría leerle un minuto lo que dice la Biblia para usted y su familia.
—Qué amables son. Y les agradezco por dedicarme su valioso tiempo. ¿Qué tal manejan sus Biblias?
Asintieron y sonrieron con amabilidad.
—Si me permiten, me gustaría mostrarles algo de la Biblia. ¿Me permiten?
—Por supuesto— respondieron. Abrieron sus biblias.
—Les agradecería que leamos en voz alta lo que dice en Lucas 11, 2- 4
Y empezaron a leer el Padre Nuestro.
«Alégrate, llena de gracia»
—Ahora sigamos con Lucas 1, 28
Leímos juntos:
—Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.
—Muy bien —les dije—. Ahora pasemos a leer en voz alta Lucas 1, 42.
Y leyeron:
—Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno.
—Muchas gracias. ¿Verdad que es maravilloso el contenido de la Biblia? ¿Serían tan amables de leer lo que dice este mosaico en la entrada de mi casa? Podemos ver que dice: «Ave María». Ahora les explico, lo que han leído en la Biblia forma parte del santo Rosario que los católicos rezamos. Ustedes han rezado conmigo parte del Rosario. ¿Ven qué fácil? ¡Y es Bíblico!
Una de ellas pegó un grito al cielo y se marchó corriendo. Nunca había visto una reacción parecida. Le agradecí al resto del grupo y los invité a seguir leyendo esos pasajes bíblicos.
¿Qué católico soy?
Lo segundo que me ocurrió fue más reciente y me movió a reflexionar un largo rato, y créeme, aún lo estoy haciendo.
Un grupo similar entró en la barriada donde vivo. Sus típicos paraguas, los hombres encorbatados, una Biblia bajo el brazo y una gran certeza en sus miradas.
Cuando tocaron el timbre de mi casa y les abrí la puerta les agradecí su amable visita y les dije:
«Muchas gracias, en esta casa somos católicos».
Fue como si un rayo me paralizara. «¿Somos católicos? ¿Qué significa eso?».
No he dejado de reflexionar sobre cómo vivo mi fe, la clase de católico que soy, mis egoísmos, mi falta de fe, la vida que Dios me pide y la que en realidad llevo.
Cuéntame, amable lector, ¿en tu casa son católicos?
«Pues para esto habéis sido llamados, ya que también Cristo sufrió por vosotros, dejándoos ejemplo para que sigáis sus huellas»
Pedro 2, 21
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