Hay en la vida siempre un camino largo y otro más corto. Miro la meta, avisto el horizonte y sueño. Dos caminos ante mí, o más, unos más cortos, otros más largos.
A veces tengo prisa y opto por el corto, ahorro metros, apuro el tiempo, llego antes. Como si todo se jugara en llegar a tiempo a todas partes.
Me muevo sin pausa. Como si alguien esperara en algún lugar mi llegada a tiempo. ¿Y si no es así? ¿Y si nadie me espera? Tanto afán por medir el tiempo, la productividad, el hacer las cosas en su momento…
Desde que recuerdo sé que me cuesta perder el tiempo. No hacer lo que tengo que hacer en el momento oportuno. Y me ofusco como un niño malcriado cuando no me cuadran los tiempos.
Me da miedo no aprovechar cada momento exprimiendo los segundos. El camino corto parece el más adecuado para hacerlo todo posible. El camino largo me resulta demasiado alejado del objetivo que persigo.
Quiero iniciar el camino al cielo cada mañana, rompiendo los moldes de una vida acomodada. ¿Es largo el camino de volver a empezar de nuevo? ¿Es demasiado lento el paso por lo profundo de mi vida buscando respuestas?
Parece más rápido vivir en la superficie de las cosas sin pensar mucho, sin reflexionar en exceso. Al fin y al cabo, la vida son dos días y no sé cuántos me quedan aún por delante.
No sé si son pocos o muchos. Me asusta a veces que sean demasiados. Y veo muchas oportunidades para hacerlo mal, para fallar y no estar a la altura que esperan de mí.
Pienso en una vida corta compensada con un cielo eterno, sin hacer nada importante para merecerlo. ¿Ha merecido vivir todo lo vivido? Escribe Amado Nervo:
“Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, vida, porque nunca me diste ni esperanza fallida, ni trabajos injustos, ni pena inmerecida; porque veo al final de mi rudo camino que yo fui el arquitecto de mi propio destino; que si extraje la miel o la hiel de las cosas, fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas: cuando planté rosales, coseché siempre rosas…Cierto, a mis lozanías va a seguir el invierno: ¡mas tú no me dijiste que mayo fuese eterno!¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!”.
Al final de mi vida miraré hacia atrás sonriendo. Agradecido. Tranquilo. Sé que habré hecho mi camino de la mano de Dios que me bendice. Hacedor de mis pasos. Soñador de mi vida.
Él que siempre creyó en la fuerza de mis manos y en la hondura de mi alma. Porque me ha creado. Por eso hoy agradezco los pasos recorridos.
Largo o corto, eso no es lo esencial…
No me importa que el camino sea largo. Al ser así cuento con más opciones donde elegir. Podré acertar o confundirme. Saldrán bien mis decisiones o compromisos o fracasaré en el intento. No importa.
Miro mi vida sonriendo. Pienso en el cielo que me espera dentro de un tiempo. Pienso en la tierra en la que me pierdo y disipo ahora.
El camino es largo o es corto, no importa.
Puedo recorrer caminos largos en el camino a Santiago entre sembrados y bosques. Sé que al hacerlo estoy dando rodeos, no voy directo. Recorro más kilómetros, más tiempo. Lo sé. Pero todo merece la pena.
Me gusta invertir mi vida con tal de ver esos paisajes, esos lugares maravillosos. El corazón sueña al contemplar con calma paisajes ignorados.
Sé muy bien que hay también un camino corto. Una carretera que ahorra algún esfuerzo. En línea recta llego antes a la meta. Parece ser la ruta ideal. Pero no siempre lo es.
Me gustan los caminos dibujados entre bosques y lagos. Me gustan más que la línea recta monótona y aburrida. Me gusta más una vida desgastada en el tiempo que vivir solo para mí ahorrando tiempo y desgaste.
Es verdad que esa vida joven cercenada desde la raíz me parece dolorosa e injusta. Y aprecio como un don de Dios una vida larga y plena.
Pero nada puedo elegir. Ni vivir más ni vivir menos. No soy yo el que elige la hora de llegar al puerto. Ni tampoco tomé yo la decisión de iniciar el camino de la vida. Fue Dios quien pensó el día de mi nacimiento. Y elegirá para mí el día de la partida.
No importa. Confío en sus planes en medio de mi barca. Él tiene en su mano el timón. Sabe de lo que soy capaz. Y cree mucho más en mí que yo en mí mismo.
Por eso me gusta soñar con lo que ha de venir. Será mejor porque Él va conmigo. Lo mejor está por venir, me dice al oído. Y yo creo en sus palabras eternas. En su abrazo inmenso. En la vida que hace surgir entre mis dedos.
No pretendo vivir con prisas queriendo alcanzar el futuro. Sé que el camino es largo y voy pausado. En medio de mi vida yo decido y elijo. Surco el mar y vuelvo al puerto.
Pero sé que mi felicidad se encuentra en esas decisiones que tomo cada día. En los pasos claros y oscuros que voy dando. Sin miedo a confundirme. Sin dudar de una mano que vela en mi camino.
Me detengo a apreciar la belleza de todo lo que me rodea, sin prisas. Me calmo cuando el sufrimiento forma parte del presente.
Y sé que llegarán días calmados. Y vendrán otros de mar revuelto. Jesús a mi lado, despierto o dormido. Siempre ahí sujetando mis días. Para que no tiemble, para que confíe.
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