No, no tienes que hacer otros planes ni estar en otro lugar

Justo esto que vivo es entonces lo que siempre he deseado, aun cuando no lo parezca y esté marcado por la cruz, pero sí, Él está conmigo y todo tiene sentido

Jesús me mira en esa misma tarde, a esa misma hora y cambia mi vida:

«Él les dijo: – Venid y veréis. Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con Él aquel día; era como la hora décima».

Fueron y vieron. No sé bien qué vieron pero eso bastó para cambiar sus vidas.

Vieron tal vez a Jesús sanando corazones con su presencia. Escucharon sus palabras o simplemente se sintieron en casa. Sintieron que la espera había valido la pena. A partir de ahora no tendrían otro sitio a donde ir. Y ya no necesitarían seguir buscando.

A veces en mi vida he tocado a Dios como lo hicieron ellos ese día. Y he sentido entonces que mis búsquedas habían concluido. Que ya podía caminar en paz, porque no estaba solo, porque Él iba conmigo fuera donde fuera.

Esa paz me alegra tan a menudo el alma. Siento su presencia y me calmo. Está conmigo, no me deja nunca. He ido y he visto muchas veces dónde vive. Y allí he querido quedarme. Recuerdo la hora y el momento.

Y mi sonrisa torpe tratando de asumir lo que estaba pasando. Su mirada sobre mí, su paz dentro de mí alegrándome el día. Siento esa presencia dentro de mí que me llena por dentro. Y el saber que mis búsquedas han concluido.

Porque va conmigo adonde yo vaya. No es al revés. Es Él quien sigue mis pasos para ver dónde vivo y vivir conmigo.

Lo importante es que esté Él

La primera llamada fue el seguimiento de los discípulos. La llamada de Jesús ahora es al revés. Yo le llamo para que se quede a mi lado y no me deje nunca.

Se calman todos mis miedos y siento una paz hasta ahora desconocida. Justo esto que vivo es entonces lo que siempre he deseado. Aun cuando no lo parezca y esté marcado por la cruz. Pero sí, Él está conmigo y todo tiene sentido.

Aunque no lo entienda todo, ni sepa bien cómo podría haber sido de otra manera. Su presencia lo justifica todo y me da la paz. Sí, recuerdo el día, recuerdo la hora. ¿Cómo olvidar el momento del encuentro? Y entonces necesito contarlo. Así le pasa a Andrés:

«Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice: – Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo). Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo: Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce: Pedro)».

Lo comparte con su hermano que también era un buscador como él. Ha encontrado al Mesías y tiene que contárselo. No puede callarse el misterio descubierto. No puede esconderse el tesoro encontrado.

Compartir la alegría

Me gusta la actitud de Andrés. No se guarda la alegría, la comparte. Creo que mi vocación es la de Andrés. Ir gritando por las calles que he encontrado a Jesús y que Él le da sentido a toda mi vida. No puedo callarme el hallazgo. Salgo gritando por los caminos.

Me gustan las palabras de Khalil Gibran:

«Quiero saber si puedes estar con alegría, tuya o mía, y si puedes danzar libremente y dejar que el éxtasis te llene hasta las puntas de los dedos de tus manos y de los pies, sin advertirnos de ser cuidadosos, ser realistas o recordar las limitaciones de ser humano».

El que vive la alegría verdadera, honda y permanente no se la guarda. La lleva grabada en el pecho y no quiere ser cuidadoso, ni realista, ni ser consciente de las limitaciones. Esa actitud del que no puede guardar el fuego entre las manos o el agua en un pozo lleno de límites.

Me gusta esa alegría que sube a las estrellas. La posesión imperfecta de una vida perfecta. El ilimitado contenido dentro de límites finitos. Desbordando de forma inabarcable por los bordes de mi alma.

La felicidad de Dios

Así quiere ser la alegría de ese Dios que habita dentro de mi pecho sosteniendo todos mis miedos y fatigas.

Esa alegría la he sentido a veces al caminar por la vida. He palpado que me habita y me hace sentir que no puedo guardármela para mí solo.

Dios quiere que viva lleno de su risa para que haga sonreír a los más tristes. Así quiero vivir contando a todos lo que me ha ocurrido, que lo he visto, que lo he encontrado, que mis búsquedas han concluido. Que ya lo poseo cuando dejo que mi alma se llene de su presencia y voy a vivir dónde Él ahora vive.

Y justo es aquí, donde yo vivo. Esa paz me la da saber que estoy recorriendo sus pasos. Y eso me causa alegría.

No tengo que estar en otra parte. No tengo que hacer otros planes. No tengo que visitar otros lugares. Es en su hogar, en el mío, justo junto a Él, donde todo tiene un sentido. Y lo cuento y todo cambia. Laalegría compartida se hace inmensa.

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