Fue ejecutada cuando pidió intercambiarse por su nuera, embarazada de su segundo hijo. Es una de las más de cien mártires beatificadas por el papa Juan Pablo II por haber sido fusilada durante la ocupación nazi de Polonia
¿Darías la vida por un ser querido? ¿Serías capaz de intercambiarte por él para salvarlo? Preguntas duras de responder a las que Marianna Biernacka no dudó en hacerlo afirmativamente.
Su nombre no habría trascendido, y habría sido uno de los muchos testigos y víctimas de la barbarie vivida durante la Segunda Guerra Mundial, si no fuera porque su nombre se incluye entre los ciento ocho mártires de Polonia beatificados por Juan Pablo II.
Una sencilla mujer de campo
Marianna era una mujer sencilla, piadosa y humilde. Había nacido en 1888 en la localidad polaca de Lipsk, en el seno de una familia de cristianos ortodoxos.
A los diecisiete años se convirtió al catolicismo y tres años después se casó con un granjero llamado Ludwik Biernacki.
En su nuevo hogar, Marianna se dedicó a las tareas habituales de la vida en el campo mientras tuvo que asumir la pérdida de cuatro de los seis hijos que tuvo.
Los años pasaron sin más tribulaciones que ver crecer a Leocadia y Estanislao en un hogar pobre de cosas materiales pero rico en amor y piedad.
Abuela en casa de sus hijos
Sus dos hijos ya eran mayores y se habían casado cuando su marido falleció. Marianna decidió entonces irse a vivir con Estanislao, su esposa Anna y su pequeña nieta Genia.
Allí permaneció lo que le quedaba de vida, ayudando a la pareja y transmitiendo a Genia su fe y su cariño. Era una abuela feliz en un hogar tranquilo y lleno de paz. Hasta que la guerra y la sinrazón vino a trucar de lleno sus sueños y esperanzas.
La guerra y la ocupación
En septiembre de 1939, Alemania invadía Polonia y pocos días después, las tropas soviéticas se situaban frente a los nazis en la patria de Mariana y de miles de ciudadanos que contuvieron el aliento.
Soviéticos y alemanes se dividieron el territorio polaco y el hogar de Marianna quedó bajo dominio nazi. La respuesta de la población no se hizo esperar y las redes de resistencia fueron expandiéndose por todo el país.
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En 1943, uno de estos grupos que luchaban en la sombra para frenar el poder nazi en Polonia asesinó a unos soldados alemanes cerca de Lipsk.
Como represalia, las autoridades detuvieron a un buen grupo de ciudadanos entre los que se encontraban Estanislao y Anna, quien estaba esperando un hijo.
Cuando Marianna supo que el destino que les esperaba era una muerte segura, no lo dudó y decidió entregarse a los alemanes a cambio de que liberaran a su nuera embarazada. Los nazis aceptaron el trato y Anna fue liberada.
Un sacrificio de heroína
El 13 de julio, Estanislao y su madre Marianna Biernacka eran ejecutados. Su última voluntad, sostener en sus manos un rosario, le fue concedida.
Marianna había salvado la vida de su nuera y de un nieto al que nunca conocería pero que llegó a vivir gracias a su inmenso valor y amor por sus seres queridos.
Casi cincuenta y seis años después de su injusta muerte, el 13 de junio de 1999, el papa Juan Pablo II beatificó en Varsovia a ciento ocho mártires católicos ejecutados durante la Segunda Guerra Mundial. Entre ellos, se encontraba Marianna Biernacka.
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