Desde octubre de 2010, la diócesis de Córdoba atiende, en colaboración con la Prelatura de Moyobamba, la parroquia de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro en Picota, con la presencia permanente de dos sacerdotes en turnos de 4 años.
Los siete presbíteros que han sido enviados a esta misión “guardan el mejor recuerdo de haber gastado unos años de su vida en la evangelización de aquella parroquia, que cuenta con cien comunidades diseminadas por la selva peruana”, expone el Prelado.
Mons. Fernández reconoce estar impresionado “por la abundancia de niños y jóvenes en un país lleno de vida, que contrasta con nuestros ambientes europeos, donde la pirámide de edad está invertida”.
En este sentido, el Obispo de Córdoba destaca que “precisamente la mayor riqueza de aquellas tierras es su gente joven con un gran futuro por delante”.
“Me llama la atención el deseo de Dios, el hambre de evangelizadores que les lleven la Palabra de Dios y los sacramentos”, narra el Prelado antes de rememorar la impresión de su primer encuentro con aquellas comunidades.
Cuando acompañó a los dos primeros sacerdotes misioneros, constató cómo muchos de los fieles “lloraban y lloraban en la Misa de presentación”. Al concluir la Eucaristía, se acercó a preguntar el motivo y le respondieron: “Toda la vida pidiendo a Dios que nos envíe algún padrecito, y acaba de enviarnos dos”.
“No podían creérselo. Los pobres son siempre agradecidos”, añade Mons. Fernández.
En esta última estancia el Prelado ha podido celebrar nueve bautizos en El Dorado, adonde llegar “fue toda una proeza por caminos intransitables" y hacía siete años que la comunidad no recibía a un sacerdote.
Más allá de la labor tangible -como la construcción de un santuario dedicada a la Virgen de Soterraño, una Casa Hogar de niñas, centros pastorales o una biblioteca- “hay toda una labor invisible y más importante de evangelización, de catequesis y de promoción humana, que hace que aquellas gentes conozcan a Jesucristo y su Evangelio, que dignifica a la persona humana”, subraya el obispo.
Por último, Mons. Fernández enfatiza que a través de ese “puente misionero” es “mucho más lo que recibimos que lo que damos”. Así, han podido vivir experiencias de misión numerosos jóvenes, los seminaristas, varios seglares y algunos sacerdotes.
“La visita a la Misión de Picota ensancha el horizonte de la vida, nos hace valorar lo mucho que tenemos e incluso nos sobra y nos hace sensibles a las necesidades elementales de nuestros hermanos más pobres”, concluye el Prelado.
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