Carta a un gran enamorado de Jesús en el sagrario

“Ángeles del Sagrario, confidentes perpetuos de las intimidades del Corazón de Jesús, llevad muchos, muchos corazones atribulados y acobardados allí, y haced que oigan y comprendan lo poquito de sus penas, comparadas con la cruz y el cáliz”.

San Manuel González

No te conozco, pero espero que este mensaje te llegue. Quiero agradecer tu inmenso amor por el buen Jesús, escondido, prisionero de amor en el Sagrario. 

Sé que vives en Quito, Ecuador y a diario, camino a tu trabajo, en las mañanas, te desvías media hora por un camino casi intransitable.

Conduces el auto hasta un pequeño y hermoso oratorio, donde encuentras a Jesús, a menudo olvidado, en aquel sagrario.

Sabes que Jesús en ese sagrario, pasa solo, y te está esperando. Sientes la necesidad de ir a verlo y estar con Él. Es increíble lo que haces por Jesús, el amor que le demuestras.

Tú alegras a Jesús

La verdad es que él está muy ilusionado pensando en ti, sabiendo que irás a visitarlo. Le alegras el día. Le haces compañía.

Rezas por todos nosotros, por los sacerdotes, las almas del purgatorio, la conversión de los grandes pecadores.

Al rato te despides y conduces feliz hacia tu trabajo.

Estas maravillosas experiencias las has guardado muy dentro de ti y solo por casualidad nos enteramos.

Un amigo mutuo, que es sacerdote, me lo ha contado ilusionado. Se enteró de tu extraordinaria hazaña, que lo es, de tu nobleza y vida espiritual y el ejemplo que nos das, porque en una conversación casual le contaste  lo que hacías.

Una emocionante coincidencia

“Voy”, le dijiste, “y le dejo a Jesús saludos de un tal Claudio de Castro, que escribe en Aleteia y siempre pide que saluden a Jesús en el sagrario de su parte”.

No lo sabías, pero ese sacerdote también era mi amigo. Cuando escuché la historia sonreí emocionado, quedé de una pieza, admirado y feliz. ¡Apenas me lo creía! ¡¡Qué maravilla!! 

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Me encanta cuando alguien me comenta que visitó a Jesús en el sagrario y este le cambió su vida.

Jesús es muy generoso, un gran amigo, deseoso de llenarte con gracias abundantes para fortalecerte y de que puedas salir adelante en medio de tus dificultades y temores. Es el mejor de los amigos.

Gracias por amar tanto a Jesús. 

¿Te pido un favor? Cuando vayas no dejes de saludarlo de mi parte. Dile: “Jesús, Claudio te manda saludos”.

¡Dios te bendiga!

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