San Antonio, cuyo nombre significa “floreciente”, nació en Egipto alrededor del año 250, en el seno de una familia de labradores acaudalados. Tendría unos 18 o 19 años cuando, participando de la Eucaristía, escuchó la Escritura y quedó prendido de las palabras de Jesús cuando dice: “si quieres ser perfecto, ve y vende todo lo que tienes y dalo a los pobres”.
Cuando murieron sus padres -Antonio tenía unos 20 años- decidió llevar a la práctica aquel mandato de Jesús y repartió sus bienes entre los pobres, y se marchó al desierto. Allí vivió como “ermitaño”, dedicado a la penitencia y la vida de oración. Durante un tiempo hizo su ermita al lado de un cementerio, lo que despertó en su corazón muchas reflexiones sobre la vida de Jesús como vencedor de la muerte. Algunas de ellas han llegado hasta nosotros.
San Atanasio, uno de sus biógrafos, escribió sobre él: “Trabajaba con sus propias manos, ya que conocía aquella afirmación de la Escritura: ‘El que no trabaja que no coma’; lo que ganaba con su trabajo lo destinaba parte a su propio sustento, parte a los pobres”.
Antonio Magno -como también se le conoce a nuestro Santo- se convirtió en el organizador de algunas comunidades de hombres con ideales semejantes a él, buscadores de Dios en la renuncia al mundo. Muchos de esos hombres vivieron como él, en el desierto, o experimentaron la vida de soledad como espacio de encuentro con Dios. San Antonio Abad fue uno de los precursores del monacato, forma de vida que se extendió muchísimo durante el primer milenio de la cristiandad, marcando la historia de la Iglesia y que, gracias a Dios subsiste hasta nuestros días.
Junto al obispo San Atanasio defendió la fe contra el arrianismo, la peligrosa herejía que negaba la divinidad de Jesucristo. Además, de acuerdo a San Jerónimo, Antonio el “abad” (esto quiere decir, “Padre”), como lo llamaban quienes lo conocían, conoció y trató a San Pablo el ermitaño, otro de los iniciadores de la vida monacal.
“Oraba con mucha frecuencia, ya que había aprendido que es necesario retirarse para ser constantes en orar: En efecto, ponía tanta atención en la lectura, que retenía todo lo que había leído, hasta tal punto que llegó un momento en que su memoria suplía los libros”, destaca también San Atanasio. Él mismo añade “Todos los habitantes del lugar, y todos los hombres honrados, cuya compañía frecuentaba, al ver su conducta, lo llamaban amigo de Dios; y todos lo amaban como a un hijo o como a un hermano”.
San Antonio Abad murió en 356, en el monte Colzim, próximo al Mar Rojo. Es considerado patrón de los tejedores de cestos, fabricantes de pinceles, cementerios y carniceros.
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