¿Sabes pedir? Y… ¿sabes decir que no?

Dicen que es sano pedir y no esperar callado a que los demás hagan lo que uno desea. Dice un dicho popular: “En pedir no hay engaño”. Muy cierto.

El que pide pone sus cartas sobre la mesa. Dice lo que desea, lo que espera, lo que sueña. No se calla esperando a que el otro lo descubra.

Esa otra actitud suele llevar a la decepción. Me desilusiono cuando no actúan como esperaba. No lo dije, pero lo esperaba. Y al no saberlo no lo hicieron. Me decepciono.

El problema es mío. Si lo hubiera dicho, si hubiera expresado mi deseo, si lo hubiera pedido…

No sé pedir bien. A menudo exijo que me den, que me hagan caso, que correspondan a mi entrega. Espero, tengo expectativas y sufro grandes desilusiones.

El verdadero amor sabe pedir con respeto. Y el que ama intuye lo que el otro desea antes de que se lo pida. Ese juego entre dar y pedir es el juego del amor.

Doy al que me pide. Pido al que me da. Doy sin que me pidan. Toco la puerta buscando lo que necesito.

¿Sé pedir ayuda? Me doy cuenta de mi ansiedad. No llego a todo lo que me exigen. Pero tampoco pido ayuda.

Es humillante reconocer la propia debilidad. Intento hacerlo todo yo solo. El que pide se humilla. Acepta su incompetencia, su incapacidad y pide ayuda, porque solo no puede.

No quiero humillarme. Prefiero agotarme a pedir ayuda.

Sé que me hace bien pedir consejo y ayuda. Me hace crecer esa actitud del que busca que otros mejoren lo que yo hago. Aprendo a delegar sin querer tener el control absoluto de todo.

Me cuesta tanto que otros me organicen la vida… No quiero depender de nadie. Yo puedo solo. Y si pido ayuda, o consejo, ya no soy independiente ni autónomo.

¿No es el objetivo de la educación formar cristianos autónomos capaces de tomar decisiones por sí mismos sin estar todo el día pidiendo consejo y buscando que alguien decida por ellos?

Quiero ser autónomo. Casi quiero ser como ese Dios al que sigo, ese Dios que lo puede todo, lo sabe todo, lo controla todo.

Yo soy como Dios. Entonces no pido, porque al pedir muestro debilidad. Pero me equivoco.

La actitud de los niños es la de la petición. El niño pide desde su indigencia. Se acostumbra a pedir desde pequeño. A medida que crece en autonomía deja de pedir, o pide menos.

Yo no quiero dejar nunca de pedir, de mostrar mi pobreza. El que pide se siente débil, no es todopoderoso. Saberlo me ayuda.

Tengo que aprender a dar al mismo tiempo que pido. Pido y doy. No sólo pido.

Me asusta esta sociedad en la que todo son derechos. Pido porque tengo derecho a recibir. Lo que me dan es un pago por lo que me corresponde. No es gracia, no es don. Todo es debido. Y si no lo recibo lo exijo, lo reclamo, me rebelo.

No por pedir algo lo voy a recibir. Yo tengo derecho a pedir. Pero no es un derecho que me den lo que pido.

El hecho de responder a una petición es un don, una gracia. Me piden ayuda y yo la doy como un regalo de mi parte, como un don. No me siento obligado a ello. Lo doy libremente. Es la actitud más sana.

Es bueno pedir. Y tengo que aprender a recibir lo que pido como don. Entonces se despertará en mí el agradecimiento.

Cuando me creo con derecho a todo, cuando siento que los demás me engañan al no darme lo que es mío, vivo en continuo estado de guerra. Amargado. Parece que nada me gusta. Vivo inconforme con la vida. Me quejo y sigo pidiendo.

Lo malo es que no veo los milagros que suceden a mi alrededor. Todo es don y yo no lo veo. Tengo derecho a pedir. Pero también tengo derecho a no dar.

Escuchaba hace un tiempo: “Frente al defecto de pedir, la virtud de no dar”. No creo que pedir sea un defecto. Es algo bueno, propio de mi alma de niño.

Y no sé si el hecho de no dar es realmente virtuoso. Pero sí tengo claro que aprender a decir que no es siempre positivo. Es la conocida asertividad.

Digo lo que de verdad pienso. No hago lo que otros me exigen si yo no veo que tenga que hacerlo.

No cedo a presiones del que pide con insistencia. No dejo que otros abusen de su poder exigiendo.

Quiero ser libre para dar o no dar. No estoy obligado. La virtud de dar la cuido. Pero necesito decir que no muchas veces. Para no quemarme, para que no viva luego quejumbroso y agobiado por la vida que tanto demanda de mí.

¿Cuándo tengo que decir que no? Lo veré en mi corazón, en oración. No todo lo que me piden me lo está pidiendo Dios.

A veces mi negativa es obediencia al plan de Dios para mi vida. No todo el bien que me demandan hacer tengo que hacerlo. Depende de lo que vea en mi corazón.

Si aprendo a decir que no cuando lo vea claro seré más libre y tendré más paz. Al mismo tiempo el no como respuesta educa al que pide en exceso.

Es bueno que el que pide con insistencia no siempre reciba lo que pide. Así no se malacostumbra. Para no educar personas acostumbradas a hacer siempre su santa voluntad.

Que no todo lo que pida se me conceda. Eso educa. Que no todo lo que me pidan me vea forzado a darlo. Eso me hace libre.

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